En realidad, y por desgracia, raro es el fin de semana en Zamora que no registra el paso por sus calles de vándalos, gamberros y bárbaros causando daños en la propiedad ajena, ya sea municipal o privada, ya sea al mobiliario urbano o a los vehículos aparcados. Hace poco más de un par de meses hubo en un día más de cien denuncias presentadas por los dueños de coches cuyos retrovisores habían sido sañudamente destrozados o las lunas rotas o las ruedas pinchadas. Pero es que este fin de semana último resulta que ha sido lo mismo pero más, extendiendo el gamberrismo su campo de acción, no ya a algunas vías de la capital sino también a garajes particulares, en los que han conseguido penetrar, no se sabe cómo y han hecho de las suyas no sólo originando desperfectos en los automóviles estacionados sino robando a la par lo que han podido, lo que les convierte también en ladrones además de vándalos.

Parece mentira que en una ciudad tan pequeña algo así pueda ocurrir de manera tan habitual pero lo cierto es que ocurre y que ni la vigilancia policial, que es indudable que existe, ni las medidas adoptadas por el Ayuntamiento han conseguido frenar en absoluto este y otros males del fin de semana que parece, incluso, que van a más, y no aquí únicamente, pues el mismo hecho se repite en todas las partes y en todo el mundo. Desde el Ayuntamiento se dictaron no hace mucho unas normas severas, que hacían subsidiarios a los padres y familiares de los daños causados por sus hijos pero bien sea porque no se localiza casi nunca a los autores materiales de los perjuicios o porque al final las sanciones se acaban diluyendo en la burocracia administrativa, el resultado hasta ahora no es nada positivo.

Contra esta situación de la extensión generalizada del gamberrismo más dañino y antisocial, empiezan a luchar ahora de forma concreta, a base de nuevas medidas legales muy severas, los gestores municipales de las grandes ciudades, como Madrid, Barcelona, Sevilla y la vecina Valladolid, que parecen dispuestas a frenar tal ola de vandalismo a base de incrementar mucho la vigilancia, de sancionar con grandes multas de las que hay que pagar, de hacer responsables de los daños a las familias de los menores e incluso de obligar a penar los actos vandálicos con trabajos sociales. Se quiere acabar como sea con los destrozos y la sangría económica del mobiliario urbano: contenedores, papeleras, etc, y con la suciedad y el deterioro causados por el botellón y las pintadas en las calles, por ejemplo.

Pese a todo ello se duda de que las medidas puedan ser lo suficiente eficaces si las instituciones y la sociedad misma no acuden más allá, a la raíz y la fuente del problema, que para muchos sociólogos se encuentra en la falta de límites y normas, en la filosofía del todo vale para unos jóvenes a los que se considera no reprimibles, en la falta de pautas autoritarias, a la postre, lo que es tan pernicioso como el mismo autoritarismo. Seguramente resultaría más necesario fomentar una sólida educación cívica desde la familia y muy especialmente desde la escuela, apoyada permanentemente por los poderes públicos y todo ello desde la más tierna infancia. Lo demás son sólo parches, aunque hay que ponerlos.