Llevaba año y medio con una "Onicopatía". No puedo decir aquello de "y sin enterarme", porque vaya que me he enterado a lo largo de estos meses. Lo que pasa es que una es dura, muy dura. Me lo ha dicho mi buen amigo Manuel Poyo Pérez, de profesión cirujano-podólogo. Un profesional como la copa de un pino que se ha hecho a sí mismo y cuyo prestigio profesional trasciende nuestras fronteras hasta el punto de ser reclamado en provincias como Madrid y Valencia. Por algo será.

Manolo me ha devuelto la vida. Bueno, tanto como eso, no, pero me ha devuelto el andar que estaba empezando

a perder entre unas cosas y otras. El viernes decidí poner fin a mi sufrimiento. Me puse en sus manos y salí de su clínica con buen pie, que es de lo que en realidad se trataba. Y sin dolor. Y sin anestesia. Y optimista. Estaba empezando a perder mi natural optimismo, compañero de camino aún en los momentos peores o más difíciles.

Tenía una "onicocriptosis" (no sé si lo estaré definiendo bien) o, dicho de forma vulgar, tenía una uña encarnada que me hacía ver las estrellas. Pero, yo, como don Erre que Erre, nunca tenía tiempo hasta que me di cuenta que estaba perdiendo calidad de vida. El podólogo que hay en Manuel Poyo es todo él una gozada. En medio de una conversación de lo más fluida lo mismo te corrige un "pie cavo", que te soluciona un "espolón calcáneo", que se enfrenta a un papiloma, sin necesidad de baja laboral, que te hace un soporte plantar que te permite ir flotando aun en medio de los baches. Lo mío ha sido como el "nescafé", instantáneo.

Jobar con la uñita encarnada de las narices.

Lo que este hombre me ha podido quitar y lo que yo tenía en el pulgar del pie derecho sin darle importancia alguna. Me da coraje lo snobs que pueden llegar a ser algunos zamoranos que para estos y otros menesteres parecidos deciden poner tierra por medio y decir que como lo de León, lo de Valladolid o lo de Madrid, nada. Y ya ve usted, lo de Zamora se exporta a Madrid, a León, a Valladolid y a Valencia y no se le da importancia. No cambiaremos nunca. Preferimos lo malo por conocer antes que hacer una intentona con lo bueno conocido.

La última tecnología incorporada por cualquier profesional la tienen también los nuestros, pero como son nuestros no les damos importancia. Sabe qué le digo, creo en los milagros. Mi recuperación no ha podido ser más rápida. Quienes me hablaron de hospitalización se equivocaron. Salí de la clínica de Manolo por mi propio pie y calzando un zapato de tacón que más parecía un andamio que otra cosa. No me diga que no es para estar contenta. Yo estoy que no quepo en mí de gozo. Y gracias que los masajes de mi buena hermana, Mati, me han venido aliviando porque, de otra forma, creo que no lo hubiera podido soportar.

Le confieso una cosa, entré en el nuevo año con mal pie a causa de la jorobada onicocriptosis, de

la tal uña encarnada. Pero, gracias a Manuel Poyo, le quiero hacer un reconocimiento público, estoy convencida de que voy a caminar por el año que recién hemos estrenado, con buen pie. Y no me parece poco. Gracias, Manolo.