Ayer hemos despedido el mes y lo hemos despedido cumpliendo el célebre dicho que nos recuerda a San Andrés. El final de noviembre tenía su celebración festiva acompañada siempre de ferias de lejana tradición en las que se mezclaban en singular armonía toda clase de productos, géneros, indumentaria, herramientas, ganado en algunos casos y todo aquello que era fundamental para un buen desarrollo de las matanzas.

La fiesta y la feria se localizaban en Peñausende, esa localidad que guarda en su célebre y singular peñasco los escasos restos de una de las fortalezas que fue clave a partir de la segunda mitad del siglo XII.

No es fácil describir la sorpresa que la celebración causaba en quien llegaba a ella por vez primera. Peñausende ofrecía en esas dos fechas, el once y el treinta de noviembre de cada año, dos ferias que se parecían a la fiesta de la Santísima Virgen de la Carballeda en septiembre. En ambas se ofrecía una riquísima variedad de ropa usada.

Tanto en San Martín como en San Andrés en Peñausende las calles de la localidad y las laderas del célebre Castillo eran un auténtico mercado medieval, en el que se mezclaban en alegre y variado conjunto, albarcas, aperos de labranza en sus primeros tiempos, ropas puramente artesanas, piezas de lana hilada y tejida, capas variadas. También se encontraban la casaca o la anguarina sayaguesa de paño buriel, sayas, refajos o mantones, toquillas de lana tejidas a mano. Por esas ferias pasaron y se ofrecieron los últimos trajes charros de bodas y celebraciones solemnes y sayas y mandiles se encontraban junto a las últimas ofertas del mercado y de la industria. Allí acampaba desde el tripero de Pinilla de Toro al pimentero serrano.

Por esas Ferias y Fiestas de Peñausende pasaron en oleada permanente, año tras año, los artesanos más importantes de la provincia y de la región. Lástima que en las últimas ediciones del certamen, allá por la década del cincuenta del pasado siglo, nadie se preocupara de recoger algunos de los detalles singulares que en cada feria se ofrecían. El tiempo ha borrado usos, costumbres, modas y hasta hábitos, en muchos casos privándonos de la inmensa riqueza que ellos significaban. No por mucho correr amanece más temprano, ni tampoco la velocidad permite llegar antes y en mejores condiciones. Ya lo estamos viendo, algunas veces no se llega nunca al destino.

No es fácil, lo sé, y exige actividad, dedicación y una entrega generosa y bien orientada, pero recuperar esa tradicional feria junto al Castillo o a los escasos restos de ese cubo, daría una posibilidad más a ese destacado lugar que ha marcado siempre una referencia. Una curiosidad: la Torre del Homenaje del Castillo de Peñausende era una referencia hacia el sur desde Mediana de Rioseco, fenómeno citado por varios autores. Mirador natural de primerísima categoría, desde lo alto de ese sobrio pero elegante peñasco la vista es de tal belleza y tan amplía que una parte considerable de nuestra provincia se domina desde él, como desde su historia se dominan etapas tan importantes y definitivas de nuestra historia, que cuando se conocen es difícil olvidarlas. Peñausende es y será siempre una referencia unida a San Martín y a San Andrés.