Los fanáticos del entrenamiento suelen ser entrenadores, y hay que desconfiar de quienes hablan en defensa propia. El antídoto contra la dictadura de la preparación establece que es más difícil hundir a un campeón, que fabricarlo a partir de alguien sin condiciones geniales. Para no remitirse al tópico encarnado por Michael Phelps, su compatriota Anthony Ervin gana el oro en 50 metros libres después de un paréntesis en el que cumplimentó todas las actividades de las páginas de sucesos. Quién lo diría, al verlo triunfar en Río’16.

Phelps también ha regresado del infierno a la gloria. Durante años, ha sido portada por sus adicciones y depresiones, ahora se cuelga cinco medallas de oro y otra de plata. Sin embargo, cuidado con el énfasis. Su renacimiento apunta a las virtudes del entrenamiento que ha padecido. Ahora bien, qué pasa con los nadadores que se han ejercitado con seriedad y sin desfallecer. No se han permitido ni una borrachera, demuestran un equilibrio mental encomiable. También se parecen en que todos ellos han quedado por detrás del coloso estadounidense.

Vivimos en la edad de las evidencias. La mayoría de tratamientos terapéuticos se justifican únicamente por sus resultados. De acuerdo con este empirismo absolutista, cabría recomendar a los atletas que se entregaran a rachas de adicciones farmacológicas y de locura liberadora, para retornar con los bríos de Phelps.La alternativa a la exaltación del vicio, como camino hacia la gloria, consiste en reconocer que el entrenamiento no define por sí solo a un campeón. Por duro que sea para las clases medias del deporte, los campeones nacen, y a veces se deshacen. Michael Jordan se castigaba más que nadie para ser el mejor en ataque y en defensa, pero seguir su camino paso a paso no garantiza el acceso a su excelencia.

Los dioses olímpicos recompensan al hijo pródigo, no se diferencian aquí del Dios de la Biblia. Cabe solidarizarse con la decepción de los deportistas disciplinados, tampoco Usain Bolt encarna el sacrificio. El maestro Aranguren definía la ética como “llegar a ser lo que se puede ser a partir de lo que se es”. Es un hermoso canto a la superación, pero también la admisión de una barrera infranqueable, “lo que se es”. El deporte es la última frontera de la meritocracia, una ordenación por resultados pero no por esfuerzos. El entrenamiento garantiza la superación de uno mismo, no de los demás. Es otra lección gratuita de Río’16.