En una calle de Boiro, A Coruña, una chica caminaba en la noche cabizbaja mirando su móvil. Cerca, agazapado en la oscuridad, en su coche, el depredador, hoy sabemos que José Enrique Abuín, preparado para cazar. Al final dio alcance a su víctima. Le pidió su teléfono, pero la chica se negó enfrentándose a él.

El depredador parece que se retiró, aunque se dio cuenta de que la chica se había fijado en la matrícula de su coche, y sin pensarlo volvió de nuevo, la amenazó y la obligó a empujones a meterse en el maletero, pero ella, con una pierna fuera, empezó a gritar al ver en la distancia a varios chicos. El tipo entró en pánico, arrancó el coche, y la chica logró saltar. Al denunciar los hechos, la Guardia Civil lo tuvo claro.

En la desaparición de la madrileña Diana Quer en Boiro hace 500 días tuvo mucho que ver el ya mentado, y sospechoso, José Enrique. Quien cuenta con más o menos exactitud lo anterior, con poderío de narrador curtido, es Francisco Javier Jambrina, jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de A Coruña, que aparece junto al coronel de la UCO Manuel Sánchez Corbí, que amplía, matiza y, lo que en esta pieza interesa más, le saca los colores a los medios de comunicación por el tratamiento de la desaparición de Diana en agosto de 2016. Y lleva razón.

Recuerdo la machaconería en magacines y telediarios, las exclusivas en la sección de sucesos, falsas como las trolas de Iker Jiménez, las turbias investigaciones sobre la vida privada de Diana y su familia, recuerdo la mierda llenando horas de televisión hasta manchar la pantalla y la dignidad. El hallazgo del cuerpo reverdeció el periodismo más amarillo. A la pobre Diana la han convertido en un tema, un género, una vergüenza mediática.