Géza Röhrig (Budapest, 1967) ha pasado de ser un desconocido a poner rostro a la más terrible de las tragedias en "El hijo de Saúl", la ópera prima de László Nemes que aporta una nueva mirada sobre el Holocausto y aspira al Óscar a la mejor película extranjera.

No es un actor profesional y hace años que vive en Nueva York, dedicado a la educación infantil y a la poesía. Pero no tiene ninguna duda de que él era la persona ideal para el papel de Saúl Ausländer, un prisionero húngaro que trabaja en los crematorios de Auschwitz.

Nieto de un superviviente de los campos de concentración, Röhrig visitó Auschwitz cuando tenía unos veinte años, y ese viaje lo cambió todo. "Por primera vez en mi vida, me sentí en casa. Sé que suena extraño, sentirse en casa en medio de la muerte, pero fue así", afirma en una entrevista con Efe.

Se quedó un mes. Alquiló una habitación e iba a diario al campo, de nueve de la mañana a cinco de la tarde, sin comer durante el día. "Fue así como descubrí a Dios y me hice religioso. Ya no regresé a Budapest, me fui a Israel, empecé a estudiar judaísmo y hebreo, me circuncidé. Una nueva vida empezó para mí, y todo arrancó en Auschwitz".

Röhrig y Nemes se conocieron en Nueva York por amigos comunes en 2007. Así el director descubrió que su compatriota había escrito un par de libros sobre el Holocausto. Años después, le envió el guión, y varias conversaciones y ensayos después decidió darle el papel protagonista.

La cinta, que se llevó el Gran Premio del Jurado en Cannes y el Globo de Oro a mejor película extranjera, ha sido muy bien recibida por la crítica debido a la novedad de su enfoque, tanto formal -la cámara va pegada a su protagonista en primeros planos, y el horror queda en la periferia o desenfocado- como de contenido.

En la ficción, Saúl pertenece al Sonderkommando, un grupo de prisioneros que fueron obligados por los nazis a ayudarles en el exterminio introduciendo a los presos en las cámaras de gas, sacando los cadáveres y limpiándolas después.

"Los nazis dejaron el trabajo sucio del Holocausto para las víctimas. No sólo les amenazaron y maltrataron físicamente sino que les arrebataron la inocencia", sostiene el actor y poeta.

El sentimiento de culpa hizo que durante mucho tiempo los testimonios de estas personas permanecieran silenciados, pero en la década de los 70 comenzaron a salir a la luz. Algunos los escribieron durante su encierro, pensando que iban a morir.

"Esa ha sido la fuente de información más importante para preparar el papel", dice Röhrig. "Son una muestra del grado extremo al que puede llegar la maldad y crueldad humana".

Desde el punto de vista formal, "El hijo de Saúl" se adapta a la máxima de que menos es más. "Lo que se pierde visualmente se compensa con el sonido, que es muy rico, y por otro lado, al dejar más trabajo a la imaginación del espectador, se consigue que éste vea con el alma y no con los ojos".

Pese a la gran cantidad de títulos que han abordado el exterminio judío, nunca se había mostrado así. "La mayoría de esas películas no hacen justicia con lo que ocurrió, y especialmente las producciones de Hollywood explotan el tema y lo usan para propósitos de entretenimiento", opina.

Preguntado por la lección más importante a extraer del Holocausto, Röhrig se lo piensa un rato.

"Tenemos que mirar al otro como seres criados a imagen de Dios. No hay vacuna contra el mal, no hay raza pueblo o religión que no le afecte, son elecciones que tenemos que hacer", apunta.

"Ayudaría que todo el mundo pasara una hora en silencio por las mañanas, antes de desayunar, pero no en pijama, en silencio y pensando por qué se han levantado", prosigue.

"Venimos de la oscuridad y la muerte, y estamos aquí un segundo. El universo es infinito, y sólo una especie en un pequeño planeta puede reír y llorar. Es un milagro maravilloso. Si todos pasáramos una hora cada mañana pensando en esto, las cosas irían mejor".