Quien sienta el flamenco tiene que escuchar a María Vargas, cantaora gitana que atesora el don divino de la cadencia. Milagro de la naturaleza es porque su voz rompe el poso de la edad. No hay telarañas cuando el espacio está reluciente. Es un icono del jondo más puro, el que sale de la grieta más profunda del manantial de los berros. Vuelve a Zamora el sábado, al XLVII Festival Flamenco. Y junto a la Catedral, seguro, romperá el tiempo. Es una mujer que sorprende en la distancia con su voz, su mejor argumento, por su fuerza, y sus ganas. Quinceañera parece por su ilusión de subirse al escenario, pero, ahí, en los recovecos del alma, hay mucha sabiduría y una pizca de amargura. La vida misma.

-Cuando uno viene de lejos, con el polvo de la existencia pegado a la ropa, ¿qué es mejor: ducharse y descansar o gritar en la calle lo que se ha vivido?

-Ducharse, hay que ducharse eh, jaja.., pero siempre hay que hacerte oír. Decid a todos: estoy viva, sé cantar y tengo la voz como siempre. Pero hay algunos que no se han enterado y por eso necesitas demostrar cada día que sigues respirando con fuerza. Ahora canto con más conocimiento, con más sentimiento, es como si fueras más consciente de lo que dices.

-¿Por qué se apartó durante unos años de la vida artística?

-Fueron motivos personales. Mi marido falleció y eso y otras cuestiones me hicieron replantearme la existencia. Pero es verdad que también influyó que hubo mucha gente que se olvidó de mi. En los festivales empezaron con el jota, caballo y rey. Es triste porque te sientes desplazada. ¿Es que Mariquita Vargas se había muerto?, no y no. Y por eso aquí estoy.

-Da la sensación de que ha cambiado la forma de sentir el flamenco entre los artistas. Ya no se hacen esas reuniones de cabales donde todos aprendían de todos, había un canal de retroalimentación que sacaba brillo al propio arte. Ahora no. Más concentración en casa, más soledad.

-Es verdad. Antes te juntabas en casa de uno, de otro. Ibas a escuchar a un compañero y después pasabas un rato con él. Departías con Mairena, Caracol, aprendías del contacto. Disfrutábamos mucho, con los canasteros... Cuando me entregaron un premio en Cádiz, recuerdo que canté y Juanito Villar y José Mercé me acompañaron como palmeros. Había mucho compañerismo. Eso no ocurre en estos tiempos. Ahora hay quien acaba de cantar y sale corriendo. Hay menos plaza, menos sillas y más habitación, más sillón. Pero bueno, hay excepciones, el otro día fue a ver a Poveda y salí a cantar con él, fue muy bonito.

-El tiempo no respeta ni a los dioses. Los referentes del cante se están muriendo. Usted es uno de los pocos que quedan. ¿Esta desaparición «de los de arriba» no puede provocar un vacío que lime la pureza del jondo?

-Es verdad que mi generación está desapareciendo, pero todavía quedamos algunos y los que aquí estamos tenemos la obligación de enseñar lo que sabemos. Para eso estamos. Morente, Juan Talega, Fosforito, Chocolate, Terremoto..., tiempos dorados, tenemos la obligación de guardar su legado. Los iconos se han ido: Fernanda, Bernarda, La Paquera... Hay que enseñar lo que sabemos. Por eso yo reivindico que se nos deje cantar...

-¿Quién se lo va a impedir?

-No, nadie, me refiero a los cantes de cada cual. A veces vas a un festival y te dicen: bueno, como tus compañeros van a hacer seguiriyas o soleares, tú haz otra cosa, algo más liviano. Pues no. Te voy a contar una anécdota.

-Diga, diga

-Mi tío Juan Talega me dijo una vez, porque yo era muy modesta y tenía en cuenta y respetaba lo que hacían mis compañeros para no repetir. Me dijo mi tío: «Mira, María, cantas muy bien. Y la seguriya esa que haces, que ya hacía tu padre es una locura. Entonces, cántala. Cuando te subas al escenario sé tu, siempre tú, aunque venga tu padre... Por eso yo lo hago y quiero que no se pierda la pureza, que la juventud aprenda lo que era el cante gitano.

-¿Y canta esa seguiriya?

-Claro, porque yo se que gusta. Y porque la hacía mi padre como los dioses, ¡qué pena no tener nada grabado suyo, era un gran cantaor de reunión, ¡yo la hago casi siempre! Y la siento como nunca. Parece que lo estoy viendo a él y me cuesta no emocionarme.

-Pues tendrá que enseñársela a la familia?

-En ello estoy. Lo estoy intentando con mi sobrina.

-¿Su repertorio es muy amplio?

-Sí, claro. Lo que sea. Me gusta mucha la seguiriya, la soleá, la bulería, marca de la casa, pero también la alegría, los tientos..., lo que sea con tal de agradar.

-¿Qué misterio tiene el flamenco?

-El duende, se tiene o no se tiene. Eso no se aprende.

-¿Qué tiene el cante de Cádiz que lo hace singular?

-Es diferente a los demás. La parte de los puertos tiene otra cosa. Tenemos algo distinto que otros no tienen. No se puede describir, ese es su misterio.

-El mundo en el que se mueve tiene fama de machista, ¿usted con una amplia trayectoria profesional se ha sentido alguna vez marginada por ser mujer?

-Me retiré un tiempo por eso mismo. Lo hice en lo mejor de mi carrera. Si que, a veces, te hacen alguna "putadilla" por ser mujer, pero también es verdad que la mujer ha sido siempre transcendental en el cante jondo, imprescindible.

-Supongo que es consciente de que la influencia gitana en el mundo del flamenco es cada vez menor. ¿Eso cómo está marcando el arte?

-Hay menos familias gitanas en el flamenco, eso es verdad. Hace años, nuestras penas siempre las pasábamos bailando. Había reuniones, en mi casa, en la de Rancapino, donde Lebrijano, en casa de Tío Paco... Desde los ocho años he cantado yo. Las juergas nuestras eran eso. Al ir a menos el componente gitano se nota en la pérdida de espontaneidad, también en el sentimiento, eso que ponemos, la razón incorpórea que decía Mairena.

-Ya tiene libro sobre su vida.

-Sí, se llama «Quejío y Compás», es de Mariuca Cano. Sí, es mi vida.

-Por cierto, ¿no cree que en el flamenco de ahora sobra quejío y falta compás?

-. Sí, jajaja... Un poco sí. Compás sí que falta, sí.

-¿No es verdad que tenía un espinita clavada desde que estuvo la última vez en Zamora?

-Bueno, yo quería volver. Eso es verdad. La última vez que estuve en la Andalucía del Norte, como decía Antonio Mairena, fue hace tres o cuatro años y tuve un percance, no pude actuar en el festival de San Pedro.

-¿Qué ocurrió?

-Me partí la rótula de la rodilla. Estaba en el hotel, fui al servicio y allí hice un movimiento extraño y me caí. Me hice una avería enorme. Intenté levantarme, con lo que todavía fue peor. Estuve mucho tiempo recuperándome. Pero bueno, así es la vida. Otras veces he actuado en Zamora y todo ha salido muy bien. Quiero mucho a esa ciudad y a esa provincia.

-¿Entonces, el sábado, seguro que querrá desquitarse de esa desgracia?

-Sí, lo voy a dar todo. Sé que es una provincia de gente entendida, que sabe apreciar el flamenco de siempre. Sigo con mucha atención la gran labor que está haciendo la peña Amigos del Cante, un maravilla, también con la cantera, con los aficionados. Tiene mucho mérito.

-¿A qué aspira ahora?

-A cantar. Tengo muchos premios, medallas de oro. Yo que sé. Poder cantar durante muchos años, eso es lo importante, y que me respete la voz. Ah, bueno, y a ser Hija Predilecta de Sanlúcar, jajaja.

Perfil

E Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), 1947. Es un icono enhiesto del flamenco, de los pocos que quedan en un arte que se está quedando sin sombras donde cobijarse. María Vargas ya está en las antologías, grabada en el capital dórico más reluciente, junto a los de la Perla de Cádiz y la Paquera de Jerez, una trilogía gaditana enhebrada con compás (cadencia) y más compás (instrumento que traza circunferencias mágicas). La diferencia entre las tres es que María está viva, se puede disfrutar y tiene una voz que cruje las entrañas. Ha ganado todos los premios, una vida en un libro y mil experiencias junto a Antonio Mairena, Caracol, Juan Talega, Lebrijano, Camarón, Rancapino, Pansequito, Poveda... Un verso rimado en medio del firmamento.