¿Por qué sucede casi siempre que cuanta más expectación levante un espectáculo, mayor es la decepción? Ayer tuvimos una buena muestra. Gran cartel, plaza engalanada, gran entrada, toros de una ganadería con prestigio y resultado paupérrimo. Dos orejitas muy baratas porque "ya que si hemos pagado y pasado un calor terrible por lo menos decir que hemos visto algo", pensarán los aficionados que sacaron los pañuelos tras la muerte del cuarto y del quinto toro.

Habría que hacer una reflexión muy profunda para quedarnos con momentos que emocionaran: dos pasecitos por aquí, una trincherilla por allá, dos pares de banderillas de Joselito Gutiérrez y otro de Guillermo Barbero a los que obligaron a desmonterarse en el quinto, un buen volapié de Perera y poco más.

Morante estuvo apático en su primero, abanto, sin fijeza y rajado desde el segundo pase. Ni un muletazo para el recuerdo y sí un sainete con la espada.

En el cuarto quiso, pero no pudo con el capote. Todo se le iba en probaturas. Con la franela, más de lo mismo. Junto a la lentitud entre serie y serie y el pasodoble Nerva invitaban al bostezo para, de repente, el chispazo o el olé, más ansiado que emocionado por un derechazo, una trincherilla o algún natural nos volvieran al tiempo presente de un trasteo largo que no mereció el recuerdo de la presidencia en forma de aviso. Esta vez, acertó con el acero y Morante animó al público con gestos y ademanes que le correspondieron con una petición de oreja más ruidosa que de pañuelos. Oreja al esportón y coronación por parte de un espectador al torero sevillano.

Miguel Ángel Perera intentó por todos los medios, salir triunfador de la tarde y se vio desde que se abrió de capa para torear a pies juntos a la verónica. Con un picotazo, cambió el tercio y así llegó crudo a la muleta. Lo mejor su toreo en redondo con la mano derecha. Por la izquierda el toro se vencía y el trasteo bajó en intensidad. Como estuvo desacertado con el verduguillo, su premio se redujo a recoger una ovación desde el tercio.

En el quinto después de la buena actuación de sus banderilleros, brinda al público e inicia por ayudados por alto, pero pronto el toro se apaga y las ideas de Perera también. La estocada final le sirvió para conseguir otra orejita más que "puntúa", como dicen ahora los taurinos.

Talavante, que venía de triunfar el día anterior en Burgos, se dejó las ganas en el hotel. Nada con el capote y muy poco con la franela. Una serie con la mano derecha y un cambio de manos en el término de su faena estropeada más con la espada.

En el sexto, y después de las orejas cortadas por sus compañeros de terna, quiso enmendarlo con el saludo con el capote; el galleo por chicuelinas para ponerlo en suerte y en el quite posterior también por chicuelinas. Pero con la muleta se dejó ir el mejor toro de la tarde en un trasteo con inicio emocionante al cambiar la embestida del toro por la espalda. Sin embargo fue una faena con altibajos, alguna serie buena y otras con enganchones hasta que el toro se hartó y se negó a continuar embistiendo. Mal con los aceros, perdió la oportunidad de que el generoso público le pidiera otro trofeo y se fue de vacío.