Desde que arrancara la temporada, Eduardo García Valiente se ha referido a la aventura liguera de su equipo en División de Honor Plata como un viaje en tren. Señaló, parafraseando a Simeone, que la temporada transcurre «parada a parada» y que lo más importante es «llegar a la meta a final del trayecto». También, recientemente, escribió en las redes sociales que «perder es una estación más en el camino del éxito». Y lo cierto, bajo mi punto de vista, es que la comparación tiene bastante lógica.

En los últimos tiempos, el Balonmano Zamora se ha convertido en un tren de alta velocidad. Lejos de la dilatada historia y renombre de clubes como Ademar, el «Orient Express» leonés, ha sido capaz de crear un grupo de trabajo que se equipara a la más potente de las locomotoras. Algo que consigue a base de exprimir sus recursos al máximo, logrando así avanzar desde la remota Segunda División hasta la periferia de la élite nacional. Una eficiencia energética que le resulta posible gracias a la adhesión cada año de más vagones cargados de nuevos aficionados. Su ilusión, especialmente cuando la competición pasa por el Camba, concede una potencia envidiable al convoy de Viriato que, antes de lo imaginable, ha llegado a la estación deseada por todos. Punto del que parten hasta dos vías al éxito más rotundo.

La bifurcación esconde el tramo más complejo del recorrido, un segmento que el ferrocarril debe afrontar en su mejor estado, en el que cada gramo de aliento contará y mucho. Por ello, la afición debe hacer un esfuerzo la semana que viene y acudir a Santander; sin reservarse para una fase en la que también sería vital. Quizá, sin garantía de triunfo, el billete se antoje caro y sacarlo ahora precipitado pero, se llegue o no a tiempo al destino -tanto ahora como al final de la línea- en este viaje, disfrutar del camino está asegurado.