Parecía difícil pero el fútbol ha vuelto a romper otra de sus costuras. Le sobran kilos a la vedette. El último caso, al que no se la dado demasiada importancia o que incluso han valorado positivamente los medios de comunicación, ha sido el desembarco de un grupo de jugadores saudíes: siete en total, tres para la Primera División y cuatro para Segunda. Una operación de tapadillo, algo sorprendente, que impone la presencia de esos jugadores en sus equipos de destino (Villarreal, Leganés, Levante, Rayo Vallecano, Sporting de Gijón, Numancia y Valladolid), que se disfraza como "contraprestación, patrocinio e ingresos atípicos" y no está claro si obligará a los clubes beneficiados a alinear a esos "cracks" saudíes desconocidos. Se niega el beneficio de las cesiones bajo cláusulas de confidencialidad -ya se sabe que dejarán entre un millón y cuatro por barba-, se aduce que darán mayor visibilidad a nuestra Liga en el mundo árabe y de paso permitirán a los muchachos del Golfo foguearse aquí en nuestro campeonato para el próximo Mundial de Rusia.

En principio la medida pudiera parecer hasta beneficiosa, pero si se hurga un poco en su procedimiento resulta, cuando menos, curiosa. Si los saudíes no van a ser de obligada inclusión en las alineaciones, no se entiende que vengan con un "pan publicitario bajo el brazo". Tampoco cumplirán el objetivo de hacer visible nuestro fútbol en sus países ni se curtirán para su empeño mundialista. En caso contrario, si son forzados a jugar, marginarán el criterio técnico y la independencia de los entrenadores, eliminarán fichas de las actuales plantillas y, además, como era previsible, levantarán la inquietud en clubs no agraciados y, por tanto, agraviados, en Federaciones y en las asociación de futbolistas que ya empiezan a denunciar injerencias en su competencia y amenazan con recurrir a la FIFA. También ven algunos una perversión del modelo deportivo y de los derechos laborales de los jugadores españoles. Lo que sí queda claro, intereses y competencias al lado, es que el capital árabe tras anunciarse en camisetas, rebautizar estadios y comprar clubes, da un paso más en su afán de colonización del fútbol europeo, imponiendo ahora su propia mercancía. Bueno, pues ítem más, a los traspasos escandalosos, la evasión de impuestos, las tramposas fundaciones para pagar salarios, los encausados presidentes (ex) de la UEFA y de la FIFA y el fair play en el baúl de los recuerdos, se deja el cotarro cada día más en manos de los clubes estados, de los sátrapas del Golfo Pérsico. Y como gran idea de los nuevos rectores del fútbol internacional, más huida hacia adelante y ese afán desmelenado por sobre explotar el negocio, cuando los torneos desbordan ya los calendarios y nos faltan días para disputar partidos.

Prueba de que los árabes no vienen aquí a dilapidar sus oros es el bofetón que, al parecer, ha recibido el Real Madrid y en el que aún no han reparado demasiado los medios. Cepsa Mubadala, el fondo de Abu Dhabi que firmó con el club blanco la remodelación del Santiago Bernabéu, por 400 millones de euros, da marcha atrás en sus intenciones. Alega el jeque, que todo lo ve desde la Torre Cepsa de la vieja Ciudad Deportiva, que los madridistas no han cumplido con las especificaciones del contrato ni con los plazos del proyecto. Otro caso más, nuevo litigio, gordo éste por su repercusión habemus.

Y todo lo que antecede, sin que hayamos comenzado la nueva temporada que se supone caliente en materia de remodelación de equipos y que amenaza con llevar esto al paroxismo económico-financiero. Como ya se ha visto en las últimas operaciones del mercado, aquí, cualquier chavalín en calzón corto que haga cuatro malabarismos con la pelota cuesta 150 millones de vellón. A este paso lo de Neymar va a parecer una oportunidad, un saldo. A ver quién aguanta el tirón.