Los futbolistas del Getafe en particular, y los equipos de la clase media de la Liga en general, están encantados con el césped de su estadio; pero los futbolistas del Valencia, como antes los del Barça (pero estos últimos más bajito, porque ganaron el partido), dicen que el césped del Coliseum Alfonso Pérez no es un césped digno de un estadio de Primera División. Bueno. Sergio Ramos en particular, y los madridistas en general, opinan que no es justo que el defensa sevillano del Madrid sea el jugador más expulsado de la historia de la Liga, superando a los "duros" Pablo Alfaro y Aguado; pero los receptores de los codazos de Sergio Ramos en particular, y los culés en general, sostienen que el capitán del Madrid necesita que le expliquen qué es el "justo medio" aristotélico o entender, como Pujol, que entrar duro y limpio no es incompatible. Vale. Los seguidores del Athletic Club en particular, y los viejos futboleros en general, no entienden muy bien cómo un equipo grande y con una enorme tradición en la Copa puede ser eliminado por otro equipo de Segunda B en su propio estadio (y además ese estadio es nada más y nada menos que San Mamés) y, en la misma semana, defender con uñas y dientes un empate a cero con todo un Real Madrid con necesidad de victorias; pero los "prácticos" en particular, y los "lomasimportanteeslaliga" es general, entienden que, cuanto antes se libre un equipo de la engorrosa Copa, mucho mejor. De acuerdo. Y así podríamos seguir hasta el infinito y más allá. El juego del Barça es aburrido o efectivo. Ronaldo está acabado o se está reservando. Iago Aspas es bueno en el Celta pero no triunfaría en un equipo grande o Aspas es buenísimo esté donde esté. Simeone hizo al Atlético de Madrid o el Atlético de Madrid hizo a Simeone. O sea, que todos hablamos del escarabajo en la caja pero nadie sabe lo que es un escarabajo.

Fue el filósofo Ludwig Wittgenstein quien propuso la analogía del escarabajo en la caja para demostrar la imposibilidad del lenguaje privado. Imaginemos, dice Wittgenstein, unas cajas en las que dentro hay algo a lo que llamamos "escarabajo". Nadie puede mirar dentro de la caja del otro, pero cada uno cree que sabe lo que es un escarabajo a partir del escarabajo que tiene en su caja. ¿Ya ven por dónde va Wittgenstein? Sería perfectamente posible que cada uno tuviera algo distinto en su caja, e incluso sería posible que dentro de alguna caja no hubiera nada en absoluto. Cuando decimos "escarabajo", nos estamos refiriendo a lo que hay dentro de cada caja (sea lo que sea, incluso si no es nada), de forma que los contenidos reales son irrelevantes y no tienen nada que ver con el significado. No sabemos, en realidad, qué es un escarabajo pero, sea lo que sea, queda fuera de consideración.

Si metemos en nuestras cajas el fútbol en vez de un escarabajo, nos encontraríamos con que todos creemos saber lo que es un césped adecuado, un jugador demasiado duro, un resultado nefasto, un juego aburrido, un futbolista en forma, un jugador especial o un entrenador-demiurgo porque cada uno tenemos en nuestra caja algo a lo que llamamos "fútbol", pero ese algo puede que no coincida con lo que contienen las cajas de los demás futboleros. Como los futboleros no tenemos la costumbre de mirar dentro de las cajas de los demás futboleros, porque creemos que con el contenido de nuestras cajas es suficiente para entenderlo todo, es posible que cada uno tengamos algo distinto en nuestra caja, e incluso sería también posible que alguna caja estuviera vacía y no nos hayamos dado cuenta de ello porque, la verdad, nunca se nos ocurrió abrir la propia caja.

Los futboleros jamás nos pondremos de acuerdo en el césped del Coliseum Alfonso Pérez, en la dureza de Sergio Ramos o en la conveniencia de librarse cuanto antes de la Copa porque las sensaciones privadas (el escarabajo en nuestra caja), que están fuera del alcance de escrutinio de los demás, no pueden desempeñar un papel en una actividad pública. Pero eso es precisamente lo divertido, ¿no?