La alineación del Oviedo al que yo comencé a ver jugar en el histórico Buenavista, al principio de los años 50 del siglo pasado -qué lejano suena eso- comenzaba así: Argila; Toni, Diestro, Celaya. Pasarían los años y los nombres cambiarían, no solo en la defensa, sino en el resto de la alineación. El único en permanecer por mucho tiempo sería el de Toni. Y ello por razones tan de peso como las de haber llegado muy joven al equipo y de que, ya alcanzada la titularidad, cada año jugaba mejor. Antes de que llegara a capitán por antigüedad debió serlo por méritos. De jugadores de su estilo se decía por aquellos tiempos que eran pundonorosos. Y en su caso era exacto, pues si pundonor es, según el Diccionario de la Academia, el estado en que la gente cree que consiste la honra, el honor o el crédito de alguien, Toni encarnaba como ninguno el pundonor en el Real Oviedo.

Esa actitud no hubiera sido suficiente, sin embargo, si no la acompañaran cualidades estrictamente futbolísticas, que sin duda tenía Toni en dosis mayúsculas. Era rápido, tenía buena cintura, golpeaba bien el balón, sobre todo con la pierna derecha, y su temperamento se apreciaba desde antes de que comenzara el partido, con aquel gesto de amarrarse el cordón de la camiseta bajo la barbilla que anunciaba una determinación. Los hechos nunca desmentirían esa apariencia de bravura.

En su época, a los defensas no se les pedía, ni se les permitía, aventurarse más allá de la mitad del campo. Tenían que impedir el paso del contrario y alejar el balón de su portería. Un buen defensa era el que anulaba a su rival directo. Y Toni los anulaba a todos. Hasta donde alcanza mi memoria puedo dar fe de que solo una vez le vi en dificultades. Fue ante un joven Del Sol, que en el Betis todavía jugaba de extremo izquierda. Pero fenómenos como Gaínza o el mismísimo Gento debieron resignarse en Buenavista a ser reducidos a la grisura por aquel obstáculo insalvable que les había tocado en desgracia, tan temperamental como limpio.

Esas cualidades las trasladaría luego a la función de entrenador, en la que si no hizo una carrera más larga fue seguramente porque su vida profesional encontró otros cauces, ajenos al fútbol, como la imprenta de la que fue propietario. Con todo, nunca abandonó del todo la relación con el fútbol y, desde luego, con el Oviedo. Quienes le tratamos en esas distintas facetas le recordaremos como una persona de criterio: un hombre de peso. Por eso se puede decir que con él se va, además de un símbolo del oviedismo, un paradigma de carbayón.