Mundial de Italia de 1990. Descanso del Argentina-Brasil de octavos de final. Milagrosamente el partido marcha empatado a cero porque los brasileños habían estrellado una infinidad de ocasiones contra los postes. Los argentinos llegaron al vestuario hartos de correr y preparados para que Bilardo se los comiese a gritos. Pero llegaron a la caseta y se encontraron al 'Narigón' haciendo dibujitos en la pizarra sin volverse hacia ellos. Así estuvieron quince minutos. Los futbolistas se miraban y cuchicheaban desconcertados por la situación un tanto grotesca. Pasó el tiempo y alguien aporreó la puerta. Era la hora de volver al campo y Bilardo seguía ajeno a todo, como si estuviese completamente solo en aquel cuartucho del estadio Delle Alpi. Maradona lanzó un par de gritos y cuando estaban a punto de salir convencidos de que nadie más iba a abrir la boca, escucharon a su espalda a su entrenador que les llamaba la atención: "Oigan, si se la siguen dando a los de amarillo, perdemos seguro". Y acabaron ganando aquella tarde.

Hay partidos que se ganan con una frase, equipos que se pueden dirigir escapando de los entrenamientos para pescar truchas como hacía Jackie Charlton o títulos que se conquistan sonriéndole a la vida como ha hecho Zidane con esta Liga resuelta a última hora y en la que el Barcelona dejó de creer desde aquella resaca europea en Riazor. En un fútbol tan crispado como el español, sometido a un extremismo enfermizo que convierte a diecisiete equipos (solo se salva el Atlético) en simple atrezzo de un indigesto duelo mediático-deportivo entre Madrid y Barcelona, se agradece que el protagonismo a esta hora recaiga en un señor que escapa del ruido como si no creyese que el fútbol es "la cosa más importante de las menos importantes de la vida", como reza el tópico.

Al Real Madrid siempre le ha funcionado el modelo de entrenador poco invasivo. Lo otro está visto que no le va. Benítez, con su tripita, trataba de explicar cómo lanzar las faltas y atiborraba a sus jugadores con información de la que desconectaban; Mourinho quería ejercer de técnico, de portavoz y de guía espiritual... No resulta extraño su fracaso. Zidane, en cambio, se limita a tomar las decisiones justas (control de la pelota, rotaciones...), mantener a un vestuario complicado con un grado gigantesco de implicación y a poner cara de francés despistado cuando escucha a diario que es un simple "alineador". Me recuerda al día que un afamado experto en fútbol internacional dijo en mitad de una retransmisión que no le gustaba Teddy Sheringham porque "solo sabe meter goles". A Zizou le lanzan el calificativo en todo despectivo como si fuese sencillo entrar en esa selva de egos y elegir los once que se visten cada domingo, los que se van a la grada, los que se quedan en el banquillo haciendo gestos que al día siguiente enriquecen la sobremesa a medio país. Y puede que Zidane sepa lo justo de táctica o que le aburra sentarse delante de una pantalla de televisión una tarde entera analizando al rival del domingo. Tiene toda la pinta y seguro que López Caro sacó mejor nota en el curso de entrenadores. Pero este Madrid descomunal no precisa otra cosa que él. Sí lo necesitaba el Castilla -que casi acaba empujando a Tercera División- donde a los chavales no les alcanzaba para ganar partidos verle a diario hacer malabares con el balón en Valdebebas. Precisaban seguramente algo más que Zidane no podía darles. Por eso es tan complicado encontrar el entrenador justo para cada momento, para cada grupo de futbolistas. El Real Madrid dio con él. Debería cuidarlo antes de que un día se canse de responder preguntas sobre el estado anímico de James y se lo lleve el torrente de ruido que le rodea.