Ni los que allá por los años sesenta, movidos por las hazañas de Manolo Santana en la Copa Davis, empezamos a engancharnos a un deporte que por entonces en España era de los considerados minoritarios, ni los cientos de miles de practicantes con que hoy cuenta el tenis en nuestro país, en el mejor de nuestros sueños podíamos imaginar que un día seriamos millones los españoles que, más o menos conocedores del deporte de raqueta por excelencia, es decir, del tenis, volveríamos a estar frente al televisor disfrutando a placer con los golpes, el pundonor, la humildad, el señorío, la deportividad y, en definitiva, la actitud con que uno de los mejores deportistas españoles de todos los tiempos, por no decir el mejor, un día sí y otro también se enfrenta a la vida y a sus rivales en la pista, marcándonos a todos un ejemplo a seguir.

Como habrán podido adivinar, me estoy refiriendo a Rafa Nadal, de quien, por la relación que a lo largo de los últimos quince años he podido mantener con él, digo, es una persona normal y corriente, que todo lo que atesora lo ha conseguido a base de esfuerzo, sacrificios y, como apuntaba, una actitud ante la vida digna de toda admiración.

Hace un año éramos muchos los aficionados al tenis, o al deporte en general, los que, a la vista de los resultados que llevaba cosechando Rafa en los últimos tiempos, y del cúmulo de lesiones y circunstancias que había tenido que superar, decíamos: "Nadal nunca volverá a ser el que fue"; opiniones que podían tener fundamento y hacían presagiar el final de la exitosa carrera del, sin ningún género de dudas, mejor tenista en tierra batida de cuantos han pisado el polvo de ladrillo, que es el material del que están elaboradas las pistas en las que mejor se desenvuelve nuestro querido campeón. El Nadal al que nos habíamos acostumbrado durante los más de diez años que estuvo en la cima del tenis mundial, dándose la mano con el más grande de todos los tiempos, Roger Federer, y en abierta competencia con otro de los mejores tenistas de la historia, Novak Djokovic, parecía haber llegado a su ocaso, y la mayoría de los que tantas veces le aplaudimos lamentábamos su preocupante situación.

Pero, visto lo visto en lo que va de año, hasta los más escépticos hemos tenido que rendirnos a la evidencia, a los resultados que nuevamente, pero eso sí, con unos cuantos años más (lo que tiene un mérito añadido) está volviendo a cosechar Rafael Nadal, que no son más que el fruto del esfuerzo cotidiano de una persona que, cual estudiante que quiere ser el número uno de su promoción, no deja pasar un día sin hacer sus deberes, sin repasar hasta los puntos y las comas de los textos que tiene que dominar y sin abstraerse del "mundo exterior", porque de lo que se trata es de triunfar.

Los que conocemos un poco a Rafa sabemos cómo administra sus tiempos, sus fuerzas y hasta sus sueños, pues tiene claro que mientras sea tenista "no está para bromas". Esta afirmación se puede entender solo con observar como cuida sus inexplicables rutinas, que para muchos son más propias de un maniático que de una persona que no ha tenido más remedio que aprenderlas y llevarlas a la práctica para mejorar su capacidad de concentración.

Rafa no es un virtuoso de la raqueta como, cada uno en su estilo, lo fueron en sus tiempos Laver, Santana o Nastase, o más recientemente, McEnroe, Federer o Djokovic, en absoluto, Rafael Nadal es 100% producto elaborado en una empresa familiar, a base de esfuerzo, dedicación y disciplina al más puro estilo de un opositor a notarias. Por eso, queridos lectores, opino que Rafael Nadal es un ejemplo a seguir.

(*) Secretario Técnico de la Real Federación Española de Tenis