A pesar del dolor que siente mi alma por la pérdida tan grande que he sufrido, mi corazón se siente querido y reconfortado por todas las muestras de cariño que habéis demostrado, el dolor de un país, pero sobre todo, de una ciudad que nos mandaba fuerza y energía en la distancia en los momentos más duros, y que posteriormente se han convertido en besos y abrazos reconfortantes.

En su momento ya se agradeció todo el esfuerzo de los rescatadores, el apoyo y cariño de todas las personas que permanecieron a nuestro lado en la comunidad de Cantabria, que ahora vuelvo a reiterar. En estos momentos, el agradecimiento va dirigido a Zamora, una pequeña ciudad, pero con grandes corazones en sus habitantes, comenzando ese agradecimiento por la Comandancia de la Guardia Civil que se volcó en intentar que estuviéramos informados de todo lo que iba aconteciendo con la búsqueda y animándonos a no perder la esperanza.

En estos días he vuelto a revivir la vida y las etapas del crecimiento de mi hijo. Han estado cerca de nosotros los antiguos compañeros de colegio, algunos todavía amigos suyos; compañeros y amigos de natación, los piragüistas a los que he visto llorar sin consuelo y que dedicaron un minuto de silencio por él antes de los entrenamientos; esa carta tan bonita que le ha dedicado el que fue su compañero y entrenador durante un tiempo y al que él admiraba.

Sus colegas y amigos de las bicis con los que tantas heridas de guerra compartió y que le han dedicado un homenaje con un pequeño monumento por todos esos descensos del bosque de Valorio, que ya he visitado y visitaré sabiendo que una parte de él, siempre estará allí. Compañeros y amigos de instituto que, con sus testimonios sobre la bondad y la ayuda que el les había procesado en los momentos más duros de sus vidas, me hicieron sentir aún más orgullosa de lo que ya estaba de mi hijo. Los valores que le inculqué, habían servido para algo.

Amigos y monitores de campamentos a los que él fue de niño y donde posteriormente se sacó su título de monitor, y que tanto disfrutaba dando clases.

Patinadores con los que aprendió, clases de idiomas, carreras de todo tipo y, tantas y tantas cosas como hacía. Si me olvido de alguien, perdonadme.

Sus amigos íntimos, a los que yo llamaba los cuatro mosqueteros, que compartieron risas, llantos, caídas y mil historias y que sé que lo están pasando mal y que siempre lo llevarán en sus corazones.

En la última etapa de su vida aparecieron los montañeros, personas de diferentes edades que le acogieron con los brazos abiertos y que le hicieron sentir uno más, apoyándolo, enseñándole y valorando sus progresos, compartiendo sus pasiones con él, la escalada, el tablón, el esquí, carreras de orientación, compeciones en las que, como él decía, había tanto compañerismo que no eran competiciones sino hacer nuevos amigos de toda España y de fuera.

Agradezco el apoyo y el ánimo a mis familiares, a los de la familia paterna de mi hijo, a mis amigos y jefes, a los familiares de los otros montañeros que nos hemos apoyado en estos momentos tan duros.

He visto muchas lágrimas de dolor en todas las personas mencionadas en esta carta, vuestras flores me he encargado de depositarlas en la naturaleza, en sus montañas, donde él era feliz y donde ahora está, por fin, "libre".

Agradezco a todas las autoridades de Zamora, al señor obispo por esa misa tan sentida, a las personas que tocaron esas notas tan emotivas que son mis profesores en la Escuela de Música. A todos los que habéis expresado vuestro apoyo en las redes sociales y a todos los que me paráis y me dais un abrazo. Él era, es y será siempre noble y humilde, y le llevaremos siempre con nosotros.

(*) Madre del montañero

Dani Camarzana