Llámenlo nostalgia o, simplemente, amor al mejor tenis. Roger Federer y Rafael Nadal en semifinales del Abierto de Australia cuando no pocos habían escrito ya sus epitafios. En 2004, en Miami, el suizo y el español se enfrentaban por primera vez en el circuito en un choque que se repetiría luego en 34 ocasiones (23 victorias de Nadal, 11 de Federer) para convertirse en el gran clásico del siglo XXI. Ahora han abierto la puerta a la posibilidad de verse de nuevo las caras en la final de un torneo del Gran Slam, lo que no ocurre desde Roland Garros en 2011, cuando Rafa ganaba una batalla épica por 7-5, 7-6, 5-7 y 6-1.

No hay final en el circuito que pueda vender más que una entre Federer y Nadal, tan magníficos en sus diferencias, tan complementarios. La elegancia, la naturalidad en el golpeo de Federer frente a la garra, la entrega de Nadal. Cuando hace nueve días comenzaba el torneo en Melbourne nadie podía pensar que el suizo (17.º cabeza de serie) o el balear (9.º favorito) pudieran llegar tan lejos y ahora quien más quien menos sueña con que se midan en la final.

Cuando se habla de un cambio generacional, de la irrupción de los Zverev, Thiem, Kyrgios o Pouille, tres treintañeros -Nadal (30 años), Wawrinka (31) y Federer (35)- se plantan en las semifinales de Australia. Y tres treintañeras aún mayores -Venus Williams (36), su hermana Serena (35) y Mirjana Lucic (34)- buscaban esta madrugada la final femenina. Pero no lo llamen nostalgia. Digan, simplemente, tenis.