Aunque ya he abandonado toda esperanza de poder disfrutar de un partido televisado sin que la peste de las repeticiones nos impida ver el partido completo, siempre queda el recurso al pataleo. Así que aquí y ahora, yo acuso de impiedad a los responsables de dar más importancia a la repetición de una jugada que a la jugada; acuso de intento de corromper a la audiencia a los que nos quieren convencer de que una imagen divertida en el banquillo o un gesto cómplice en el palco son más interesantes que una jugada "intrascendente"; acuso de poco respeto por la tradición futbolera a los que dan más importancia al número de cámaras por partido que a los pases en el centro del campo o a los saques de puerta. Acuso a las cadenas televisivas de robar tiempo a un partido de fútbol para regalárselo a la repetición de una jugada que en el desarrollo de un partido tiene tanta importancia como el periódico del día de ayer en el mundo real.

Mañana juegan en el Camp Nou el Barça y el Madrid en un partido que ahora, no sé por qué, nos empeñamos en llamar "el clásico". Vale. Aceptamos que los propios futbolistas roben tiempo al partido retrasando el lanzamiento de una falta con animadas tertulias delante del balón, siempre moderadas por el señor colegiado de turno. Aceptamos que muchos futbolistas aprovechen su lenta retirada del terreno de juego cuando van a ser sustituidos por otro compañero para leer "Guerra y paz" o aprender japonés. Aceptamos que los guardametas se vuelvan budistas cada vez que tienen que sacar de puerta y que pretendan alcanzar la iluminación a costa de desesperar a los espectadores. Aceptamos que un saque de banda se convierta muchas veces en un acto tan torpe, con tal de perder unos segundos, que escandalizaría al mismísimo Míster Bean. Lo aceptamos todo. Pero lo que no podemos aceptar es que los señores de la tele nos roben jugadas en directo con la excusa de recrearse en aquella hermosa ocasión de gol que ocurrió cinco segundos antes, es decir, en el pleistoceno. A la mierda con las repeticiones. En un campo de fútbol no hay repeticiones, y nadie se tira de los pelos ni vive el partido con un sentimiento de pérdida. ¿Por qué en la tele sí? ¿Por qué desde hace unas temporadas lo que ocurre en los banquillos, en los palcos, en las gradas o en el área técnica es tan importante (o más) que lo que sucede en el terreno de juego? A fuerza de salir en le tele, los suplentes hacen gestos para ser vistos, los presidentes por accidente se hacen confidencias para conseguir un plano, los aficionados hacen el tonto para que se les vea, y los entrenadores cada vez más parecen salidos de una clase de arte dramático dirigida por Jim Carrey.

Un tipo de Nebraska demandó a Dios por causar (o permitir) horribles catástrofes en el mundo, y no sería extraño que un biólogo demandara a Dios porque, como dijo Francisco Ayala (que fue sacerdote dominico antes de convertirse en un experto en Evolución), si Dios había diseñado el sistema reproductivo humano es un auténtico chapucero y el mayor abortista del universo. La demanda contra las cadenas televisivas por su impiedad, corrupción de la audiencia, poco respeto por la tradición futbolera y robo descarado del tiempo de un partido tiene tan pocas probabilidades de tener éxito como la demanda contra Dios del tipo de Nebraska o del biólogo enfadado con el diseño inteligente. Pero hay cosas que hay que hacer aunque no valgan para nada. Un terremoto, el sistema reproductivo humano, el cáncer, las puñeteras moscas o Donald Trump son motivos para demandar a Dios, aunque Dios ni se molestaría en presentarse en el juicio ni, por supuesto, en decir algo. Las repeticiones de las jugadas son motivo para demandar a los que nos van a robar varios minutos del Barça-Madrid, pero a esos tipos la indignación de los espectadores les preocupa tanto como el derecho eclesiástico a un zombi. Y, con todo, ojalá un tipo de Nebraska demandara a beIN LaLiga. Hasta Dios aplaudiría.