Que alguien intente encontrar alguna foto de Simone Biles en los últimos días durante las Olimpiadas de Río de Janeiro en la que no destaque su blanca y sana dentadura, enmarcada en una exultante sonrisa. Imposible. Más que nada porque la joven gimnasta estadounidense (Columbus, Ohio, 1997) ha tenido motivos más que de sobra para reír sin parar durante los Juegos, de los que se va con cuatro medallas de oro, una de bronce y el reconocimiento mundial a una carrera deportiva que, según los expertos, acaba de empezar.

La proeza de la pequeña Simone (1,45 de estatura, 47 kilos) es una más de las que alumbra un país como Estados Unidos, que encabeza el ranking del medallero en cada cita olímpica -en Río así ha sido- y se dedica a alumbrar gigantes y mitos del deporte con una facilidad asombrosa.

Pero el mérito de Biles no se queda sólo en lo deportivo, que no es poco. En lo personal es aún mayor. Se podría pensar, por su trayectoria y posición como una de las grandes en el equipo nacional olímpico estadounidense, que detrás de esa templanza, fuerza y perfección en la gimnasia artística está una vida tranquila, equilibrada y desarrollada en una feliz familia del Medio Oeste americano. Nada más lejos de la realidad.

Simone es el ejemplo claro de que quizás no sean tan importantes las cosas que le suceden a uno, por muy dramáticas que sean, sino cómo uno las encara, afronta y asimila. En Río ha estado arropada por sus padres, pero no biológicos, sino los que ella considera que cumplen ese papel: su abuelo materno y la segunda mujer de éste. El primero adoptó a la pequeña Simone a los tres años y a parte de sus hermanos, después de que los estrictos servicios sociales de EE UU retirasen la custodia a su madre, toxicómana. Del padre, ni rastro. Biles no lo conoció.

"Cuando era más pequeña me preguntaba qué habría sido de mi vida si no hubiese pasado nada de esto. A veces todavía me pregunto si mi madre biológica se arrepiente y querría haber hecho las cosas de manera diferente, pero evito plantearme estas preguntas porque no las tengo que responder yo", ha contado ella, en una suerte de reflexión en la que no hay nada de resentimiento o dramatismo, y sí mucha madurez y optimismo.

Así las cosas, no es de extrañar que Simone haya sido una de las más mimadas en Río. Hasta la ciudad brasileña viajó incluso el actor Zac Efron, por el que suspiran miles de adolescentes en todo el planeta. También la gimnasta, que se llevó la sorpresa del siglo cuando se lo encontró y con el que no dudó en fotografiarse y presumir: "Llamadme señorita Efron".

Por cierto, sí que se le quitó la sonrisa en algún momento en Río, aparte de los momentos en los que realizó concentrada sus ejercicios. Cuentan los cronistas que por allí andaban que el causante de que el rostro de Biles se volviese serio por unos instantes fue un periodista alemán que intentó conocer su opinión sobre las presidenciales de EE UU. Demasiado para una chica de19 años que pasa el día encerrada en el gimnasio . Lo suyo es competir y superarse, no la política.