Tengo plena confianza en la gente que viene por detrás en el baloncesto español. La tengo en Willy y su hermano Juancho; en Mirotic o Ibaka; en Ricky Rubio y Sergio Rodríguez, que también va cumpliendo años. La tengo también en todos esos jóvenes que empiezan a asomarse a la selección y a la ACB y que, con trabajo y suerte, pueden acabar en la NBA. Tengo esa confianza, pero también tengo asumido que difícilmente se podrá mejorar a una camada como esta que se va apagando. Una quinta que elevó al baloncesto español a otro nivel.

Estos chicos deberían ser eternos. Visto el desarrollo del campeonato, este bronce sabe a oro. El campeonato, condicionado claramente por ese mal arranque con dos derrotas en los dos primeros partidos, dejó un cruce demasiado duro para España en las semifinales. Toparte ahí con Estados Unidos te mandaba al milagro o al partido por el bronce. Ahí, contra Australia, nos tocó luchar, pelear ante un equipo que nunca da su brazo a torcer, con defensas asfixiantes, que se decidió en un final de los llamados de infarto.

Puede resultar casi repetitivo, pero los calificativos para Pau Gasol se agotan. Líder noble, nunca pone una mala cara a sus compañeros, siempre da ánimos y jamás ha tenido un punto de soberbia. Con humildad, ha asumido su capacidad para tomar las riendas y echarse el equipo a la espalda siempre que este lo ha necesitado.

No sé qué pasará a partir de ahora. Solo puedo felicitar de nuevo a la familia del baloncesto nacional español. No solo por el bronce de la selección masculina, sino también por la extraordinaria plata de las chicas de Lucas Mondelo. No es casualidad que año tras año todos estos equipos sean tan competitivos. El nivel de exigencia propio que se marcan transciende a sus resultados. Ojalá podamos verlos en Tokio y eleven de nuevo al baloncesto al podio. Lo que es seguro es que estamos muy orgullosos de todos ellos.