A los 12 años quedé segunda en un concurso de dibujo. Estaba muy bien porque se presentaron más de 300 niños y sirvió para que mis padres presumieran de hija talentosa en el barrio. En el boletín municipal, sin embargo, solo aparecía el primero de cada edición así que mi nombre no figura en la historia de aquellos certámenes escolares. No, tranquilos. No quedé traumatizada. Bien es verdad que jamás me vi yo dotes de pintora y no había dedicado a los lápices ni un minuto de esfuerzo, pero intuí la rabia que me hubiera dado quedarme tan cerca si me hubiera importado ganar. Ante los juegos de Río me viene a la mente aquel episodio infantil y no puedo evitar empatizar con los que se quedan a décimas del podio y se vuelven para casa con un diploma olímpico.

El que queda trigésimo quinto es feliz con haber ido a los Juegos, pero, ¡ay el que queda cuarto...! Años y años de dedicación, de sacrificio, de esfuerzo, de lesiones y dolores para luego quedarte con la miel en los labios porque has dado un pasito de más al saltar de la barra o porque los jueces han valorado más el trabajo de los rusos. A estas alturas todo el mundo sabe quién es Mireia Belmonte. Su escoliosis de niña hizo que su madre la llevara a natación, práctica a la que ha dedicado su vida, su ocio y su esfuerzo, pero por la que ha recibido justa compensación en medallas olímpicas, premios, reconocimiento y dinero aunque sea a través de campañas publicitarias. Junto a ella, Lidia Valentín, Maialen Chourraut, Rafa Nadal y Marc López han subido al podio, todos ellos con historias de pundonor, sacrificio y coraje. Pero no son los únicos. Todos los deportistas que están en Río tienen su propia historia de superación y lucha y sus años de feroces entrenamientos para luego no clasificarse para una final o, lo que debe dar más rabia, rozar la medalla. Fuera de su círculo y de su disciplina deportiva, pocos recordarán la quinta plaza de Severo Jurado en doma, o el octavo puesto en 400 estilos del nadador Joan Lluis Pons, o el quinto puesto de María Alabau en vela -especialmente amargo tras ganar el oro hace cuatro años- o el quinto puesto del ciclista Joaquim Rodríguez, o el séptimo en halterofilia de Andrés Mata... El que es cuarto sabe que puede ser tercero, pero es lo que hay. Alguien tiene que quedarse a las puertas del Olimpo.