En una selección atravesada siempre por la controversia, Didier Deschamps ha logrado esquivar polémicas para alcanzar un punto de equilibrio con el que llevar a Francia hasta la final de su Eurocopa, gracias a una fiabilidad que recuerda a sus antiguas prestaciones como futbolista.

La buena estrella de Deschamps (Bayona, 1968) es proverbial en Francia. Pocos olvidan que su figura apareció en los mayores hitos recientes del fútbol francés, ya fuese como capitán del Olympique de Marsella que ganó la Liga de Campeones en 1993, o de la Francia campeona del Mundial 1998 y la Eurocopa 2000.

En el banquillo galo desde 2012 y tras cumplir dignamente en el Mundial de Brasil, donde cayeron en cuartos frente a Alemania, llegó la prueba de fuego para Deschamps y los suyos: la Eurocopa en la que habrían de brillar Benzema y la nueva generación comandada por Griezmann, Pogba y Varane.

Pero como siempre que Francia huele a triunfo, la polémica regó los prolegómenos. La imputación de Benzema como cómplice en un oscuro caso de chantaje a su compañero de selección Valbuena con un supuesto vídeo sexual llevó al entrenador, en una decisión tomada de acuerdo con la Federación, a excluir a ambos futbolistas.

Aunque si había alguna sospecha sobre el desempeño de los "bleus" en su Eurocopa, esta comenzaba por atrás. La dudosa imagen mostrada por la línea defensiva en los amistosos de preparación e incluso ya en la primera fase del campeonato se ha convertido, sobre todo a raíz de la semifinal contra Alemania, en la evidencia de que el carácter correoso y solidario de su entrenador ha impregnado al conjunto.

Ya nadie se acuerda de las bajas de Sakho -investigado por un supuesto caso de dopaje-, Varane o Mathieu, ni la de Lass Diarra, que partía como titular en el pivote, el mismo puesto que sublimó Deschamps como especialista defensivo.

La entrega de sus jugadores, favorecida por la condición de atletas de buena parte de la plantilla, recuerda a la del aguerrido vasco que manejaba desde la sala de máquinas a la gloriosa Francia de finales de los años noventa. Y evoca a la flor que parece acompañar a Deschamps en su carrera, ya fuese como jugador del Marsella y la Juventus o como técnico del Mónaco (al que llevó a la final de la Champions) y de los "bleus".

Su historial es largo, pero hoy, reconce, se enfrenta al "momento más importante de toda mi carrera. Tenemos la oportunidad de ser campeones de Europa. Hay que aprovechar esta oportunidad sin pensar en el resultado. ¿Jugar bien?, lo único realmente hermoso de una final es ganar", mantenía ayer mismo.