Johan Cruyff murió en España, el país al que llegó en 1973 y en donde vivió momentos memorables, como jugador y como entrenador, el primero de ellos cuando quizás ni siquiera podía imaginarse que un día residiría aquí. Ocurrió en junio de 1966, en La Coruña. La selección española estaba preparando el campeonato del mundo que se celebraría en Inglaterra. Sus responsables pensaron en el Ajax holandés para un partido de entrenamiento. España era la vigente campeona de Europa y el rival venía de una Liga que de aquella tenía la consideración que ahora puede tener la luxemburguesa.

El resultado parecía estar cantado de antemano. Nadie podía imaginarse un revés de la poderosa selección española ante un equipo del tercer mundo futbolístico. Pero ocurrió lo impensable. España perdió 2-1. Las vacas sagradas del fútbol nacional dieron entonces ya las primeras muestras de que la cita británica no pintaba nada bien, como así sería pues cayeron a las primeras de cambio, en un grupo en el que sólo ganaron a Suiza y perdieron con Alemania Federal y Argentina, pero el choque supuso además la presentación en sociedad de un equipo que no tardaría en asombrar al mundo, liderado por un jovencísimo Cruyff, 19 años entonces.

La velocidad y el descaro de los holandeses fue demasiado para el equipo que entrenaba José Villalonga, que miraba por encima del hombro a cualquier enemigo y más si este no tenía ningún nombre.

Aquel primer aldabonazo no tuvo continuidad en el resultado pero sí en el juego en la siguiente cita del Ajax con un equipo español. Ocurrió en la primera eliminatoria de la Copa de Europa, la que ahora es Liga de Campeones, de 1967. El Madrid, con seis trofeos en su poder de la máxima competición continental por clubes, se enfrentaba a un equipo que seguía siendo un don nadie internacionalmente. Los de Miguel Muñoz eran claros favoritos para pasar ronda, pero las pasaron canutas para doblegar a los Cruyff y compañía, que de nuevo sorprendían sobre todo por velocidad. El propio Cruyff tuvo un par de ocasiones para sentenciar el partido, cuando el marcador iba a unos, después de que en la ida el resultado fuese también de empate a uno, pero Junquera, el portero asturiano, frustró ambas oportunidades, antes de que el héroe definitivo del Madrid fuese Veloso, con el gol salvador en la prórroga.

Para la siguiente confrontación con un equipo español hubo que esperar a la primavera de 1971, también en la Copa de Europa. El proceso de maduración que había seguido el Ajax dejó en evidencia al Atlético de Madrid, que bastante hizo con ganar en casa, por un solitario gol, para ser barrido en Amsterdam con un contundente 3-0, de nuevo con Cruyff en un papel estelar. Javier Irureta, autor del gol colchonero, y después entrenador, entre otros equipos del Oviedo, tiene al Ajax de aquellos tiempos por el mejor equipo al que se enfrentó jamás.

Igual suerte, eliminado, corrió el Madrid en 1973, asimismo en la Copa de Europa. Aunque el resultado puede dar indicios de que la eliminatoria estuvo igualada (2-1 en Holanda, y 1-0 en Madrid, ambos favorables al Ajax), la diferencia en el juego fue abismal a favor de los holandeses, de nuevo encabezados por Cruyff, que estaban a un paso de sumar su tercer título.

Aquel Ajax parecía estar en condiciones de reeditar la hazaña del Madrid, ganador de cinco títulos seguidos del máximo torneo europeo, pero todo se le fue al garete cuando las extraordinarias actuaciones de su gran estrella despertaron las ambiciones de su contratación por parte del Madrid y el Barcelona. Al final, la pugna entre los dos grandes del fútbol español por la estrella holandesa la ganó el Barcelona, dispuesto a pagar lo que fuese por la indiscutible figura del fútbol mundial en aquellos momentos en su nuevo intento de acabar con una prolongada sequía de títulos.

Y el Barcelona rompió el dominio madridista a las primeras de cambio. Fue la temporada, la 1973 / 74, en la que los azulgrana firmaron su superioridad en la Liga con el espectacular 0-5 en el Bernabeu, la misma en la que Carrete adquirió renombre nacional por su marcaje a Cruyff, con el que el Oviedo limitó daños ante el Barcelona (1-3 en el primer partido que el holandés jugó en el Carlos Tartiere) y la misma en la que el conjunto catalán se proclamó campeón ganando en El Molinón al Sporting por 2-4 a falta de cinco jornadas para que terminase la Liga.

Sería la única Liga ganada por el Barcelona con Cruyff como jugador -sin él, por cierto, el Madrid ganó al Barcelona por 4-0 la final de la Copa de 1974, en una competición en la que de aquella no estaba permitida la participación de extranjeros-, que en las siguientes cuatro temporadas en el club azulgrana fue alejándose cada vez más del área contraria, y que no recuperaría fulgor hasta que se sentó en el banquillo como entrenador.

Entonces, como director técnico, volvió a reinventar el fútbol, como ya lo hiciera como jugador, entonces en compañía de Rinus Michels, el gran estratega de aquel Ajax que usaba la velocidad y la técnica para romper los firmes sistemas defensivos que habían puesto de moda los equipos italianos.

Cruyff no fue el único gran jugador de aquel Ajax, en donde también brillaban supertécnicos como Piet Keizer, extremo izquierdo, o el centrocampista Gerrie Mühren, y toda una pléyade de jugadores con un formidable sentido táctico, como Neeskens, Krol, Hulshoff, Haan, pero la prueba de su trascendencia, de su excepcionalidad, es que el equipo no fue el mismo a partir del momento en el que Johan se fue al Barcelona, como también la selección holandesa de aquel tiempo fue diferente de contar con él a no hacerlo aunque los resultados en dos campeonatos del mundo fuesen los mismos, subcampeones, pero había todo un mundo de diferencia entre el equipo de 1974, en Alemania, con Cruyff, y el de cuatro años más tarde, en Argentina, sin la superestrella.

Con los mismos conceptos básicos del primer gran Ajax, Cruyff construyó otro gran Barcelona desde el banquillo. Los partidos memorables se sucedían aunque él ya no estaba en el campo y ya no se podía disfrutar de su gracilidad de movimientos y fantásticos de regates. A diferencia de otros grandísimos futbolistas que no fueron capaces de transmitir correctamente sus enseñanzas, Cruyff supo prolongar sus cualidades como jugador como técnico, en una fantástica combinación de talento, inteligencia y maestría táctica como nunca se había dado antes en el fútbol mundial. Difícil lo tienen los que pretendan seguir sus pasos.