Doy fe de que conservo un recuerdo personal de Johan Cruyff de antes de que alcanzara la notoriedad que luego tanto le distinguiría. Se trata de unas imágenes de televisión en las que se ve a un chico delgadísimo vestido con la camiseta del Ajax que, en el Bernabéu, desafía a un defensa del Madrid por la banda derecha y de pronto le deja muy atrás con una aceleración repentina. ¿Por qué me quedaron grabadas esas imágenes, descontextualizadas del resto de un partido del que no recuerdo nada más, aunque supongo que correspondería a una eliminatoria de la Copa de Europa entre un Madrid que por entonces debería de ser muy superior al campeón de un país como Holanda que, futbolísticamente, todavía no era nadie? No sabría decirlo. Quizá, como aficionado, había visto en el cambio de ritmo de aquel chico desconocido una señal que distingue como pocas a los grandes futbolistas. Ruego que me crean si digo que años después, cuando Johan Cruyff empezó a ser una celebridad y pude verlo en la cicatera televisión de la época, reconocí en él a aquel joven holandés que se había hecho un hueco entre mis recuerdos y pude saber al fin cómo se llamaba.

E Uno de los más grandes

La noticia de la muerte magnifica a veces a los personajes públicos. A los realmente grandes, en cambio, los pone en su verdadero lugar. Cruyff no necesitaba de ese impulso postrero para ser reconocido como uno de los mejores futbolistas de la historia. Desde hace tiempo se ha convertido en lugar común que, a esa respecto, la primacía se disputa entre Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y Messi. Si por mí fuera, añadiría a Puskas. En España, adonde llegó todavía joven, tuvo una irrupción fantástica, como correspondía a una madurez ya alcanzada pese a todo y con la que, como líder del equipo desde el primer minuto de su irrupción, cambió la desastrosa trayectoria de un Barcelona que llevaba catorce años de postración. Los aficionados españoles se acostumbrarían pronto a ver en Cruyff a un futbolista tan espectacular como efectivo. Un futbolista soberbio. Ya he hablado de su demoledor cambio de ritmo, que potenciaba su tremenda velocidad. Se podría mencionar también su fantástica puesta en acción, que le permitía arrancar a balón parado con una fuerza incontenible. O su elasticidad. O la precisión y potencia de su pegada con las dos piernas. Aunque tal vez lo que más impresionase de él como futbolista fuera su capacidad para imponer su juego. Sabía que lo tenía tan bueno que no le importaba enseñar las cartas antes de hacer la jugada. Y es que, aunque hizo famoso un regate con una especie de rabona, lo realmente llamativo es que no necesitaba engañar al rival para superarle. Le indicaba por dónde se iba a marchar y, simplemente, pasaba. Para poder evitarlo, habría que haber tenido su reprisse.

E Entrenador con herencia

Como a Di Stéfano, a Cruyff le faltó coronar su palmarés con un título mundial. Estuvo cerca, como líder indiscutible de un equipo que fue, de largo, el mejor del Mundial de Alemania (1974), pero que no logró ganar la final ante los anfitriones. Holanda disputó también la final del siguiente Mundial, en Argentina, pero ya sin Cruyff, que no quiso acudir por un conjunto de razones entre las que se incluía su rechazo a la repugnante dictadura de los milicos. Aún prolongaría, tal vez demasiado, su ejecutoria como jugador, antes de abrir un paréntesis tras el que volvería al protagonismo como entrenador, para alcanzar su cenit en el Barcelona. Si como futbolista había sido un gran táctico, como entrenador apostó con una terca valentía por unos conceptos revolucionarios, que le dieron algunos éxitos en vivo, como el primer triunfo del Barcelona en la Copa de Europa, pero que, sobre todo, dejó sembrados para un futuro que está fructificando ahora. El triunfante Barcelona actual se beneficia de la germinación de aquellas ideas, tachadas por no pocos de inauditas, como jugar con tres defensas o plantear el partido como un gran rondo. ¿Qué hubiera hecho Cruyff como entrenador de haber podido contar con Messi?

E Valdano lo escribió

Siguió, eso sí, hablando hasta el final, sin miedo a la polémica o, tal vez, por afición a ella. Siempre le gustó, tal vez demasiado, esa vertiente, que él convirtió, cada vez más, en un rasgo de su personalidad. Jorge Valdano dejó fe de ella en uno de los memorables artículos sobre fútbol que, por desgracia, ha dejado de publicar. Contaba que, en su primera temporada en España, fue a jugar con el Alavés al Camp Nou y le tocó padecer a un Cruyff tan omnipresente como omniparlante, que abrumaba al árbitro con sus quejas y a los contrarios con sus observaciones. Hasta que a Valdano se le agotó la paciencia y se dirigió a él en tono crítico: "¿Por qué no pides un balón para ti solo y nos dejas a los demás jugar en paz?". Cruyff le miró de arriba abajo antes de responderle. "¿Cuántos años tienes?". "Dieciocho", le respondió el argentino. Y entonces él: "Cuando se tienen dieciocho años, a Cruyff se le trata de usted". Obvio es decir que Valdano contaba la anécdota desde una admiración que estaba muy por encima de cualquier reproche menor. Esa misma admiración es la que el mundo del fútbol dirige hoy al Gran Flaco en su despedida.