A qué crimen no fuerzas el corazón del hombre, maldita sed de oro? Polimnéstor, rey de Quersoneso, mató a Polidoro, hijo del rey Príamo y de su esposa Hécuba, para apoderarse del tesoro de Troya. Después, Polimnéstor arrojó el cadáver de Polidoro al mar. "Auri sacra fames", escribirá Virgilio en la "Eneida". Maldita sed de oro, maldito deseo de oro. ¿A qué crimen estético (por no entrar en el espinoso asunto de la ética) no fuerzas el corazón del aficionado al fútbol, maldita sed de victoria? Algunos (muchos) aficionados del Madrid corearon en el Bernabéu el horripilante "Messi subnormal" mientras el equipo blanco le daba una buen tunda al equipo anteriormente conocido como el del "tiki-taka". También la semana pasada, en Sevilla, algunos (muchos) aficionados sevillistas insultaron a Marcelino entonando feas referencias a la madre del entrenador del Villarreal. Maldita sed de victoria. Maldito deseo del mal ajeno.

Pero no pasa nada. Es normal. Son cosas del fútbol. Bueno, si no pasa nada, si es normal y si son cosas del fútbol, supongo que a los que gritan "Messi subnormal" y a los que insultan a la madre de Marcelino no les importará que sus caras salgan en la tele mientras demuestran de esa manera el inmenso amor que sienten por sus equipos. Sería estupendo que los hijos de esos señores que gritan "Messi subnormal" y las señoras madres de esos otros señores que se cagan en la puta madre de Marcelino pudieran ver en "El día después" o en los larguísimos espacios deportivos de Cuatro a sus padres e hijos haciendo esas cosas tan normales en un estadio de fútbol. Qué tontería. Tampoco es para ponerse así. Son cosas que se dicen (más bien se gritan), pero que no se piensan. Es como llamar "negro de mierda" a un jugador negro (del equipo contrario, claro). O como imitar a un mono cuando toca la pelota un jugador negro (del equipo contrario, por supuesto). No es que los que dicen y hacen esas cosas sean racistas. No, no, no es eso. Es que están animando a sus equipos y, claro, con la emoción y tal, pues es lógico que se digan y hagan cosas que, cuando uno las piensa, entiende que no están bien. Pero oye, que esto es fútbol. Las cosas siempre han sido así. Y el que se enfade, pues que se vaya del pueblo. Que deje el fútbol. Si a Messi no le gusta que le llamen subnormal, que se retire, que para eso es multimillonario. Si Marcelino se molesta porque se meten con su madre, que se dedique a hacer solitarios. Si un jugador negro se enfada porque le llaman negro o mono, que se vuelva a selva. Ya, ya, ya. Maldita sed de victoria, que fuerzas el corazón del aficionado a los más horrendos crímenes y las más abominables disculpas.

No ocurre solo en el Bernabéu o en el Sánchez Pizjuán. Que se lo pregunten a Cristiano Ronaldo, por ejemplo. Pero lo grave de todo este feo asunto es que tratamos a todos esos bárbaros que van al fútbol a insultar con las mismas medidas con las que en la Edad Media se combatían las epidemias: no con más limpieza, sino con más suciedad. Los médicos medievales creían que el baño abría los poros y, de esa manera, los vapores de las enfermedades entraban en el organismo, así que la mejor prevención consistía en tapar los poros con suciedad. Lo más saludable era, entonces, no bañarse. El resultado fue la edad de oro de las infecciones, los forúnculos y los sarpullidos, aliñado todo ello con una buena ración de peste. Del mismo modo, hemos decidido que la suciedad en fútbol se trata con más suciedad. Nada de limpiar las gradas de gritones ignorantes y fanáticos violentos de palabra y obra. Qué va. Más suciedad, es decir, mucha comprensión con los cánticos contra Messi y Marcelino. Porque Polimnéstor solo buscaba una vida mejor cuando mató a Polidoro. Y los futboleros sucios solo buscan lo mejor para su equipo cuando insultan a Messi, a Marcelino o a un jugador negro (del equipo contrario) que pasaba por allí. Y un insulto nunca mató a nadie, ¿no?