En su precioso ensayo «Los huesos de Descartes», Russell Shorto se sorprende de que Santo Tomás de Aquino, uno de los cerebros más eminentes de la historia, dedicara su agudísimo intelecto a analizar el número, variedades, sustancia, inteligencia y origen de los ángeles, y se perdiera en razonamientos acerca de si los ángeles atraviesan o no el espacio cuando se desplazan de un lugar a otro. Isaac Newton descubrió la ley de la gravitación universal, pero dedicó mucho esfuerzo (y más de un millón de palabras) a la alquimia. Muchos escritores y poetas dedicaron a la literatura menos tiempo que al alcohol. Sheldon Cooper, el físico teórico de la serie «Big Bang», pierde mucho tiempo con los cómics, con «Star Trek», con los videojuegos, con los trenes y con los guiones de su fascinante espectáculo «Sheldon Cooper presenta Diversión con banderas». Y muchos tipos que no llegamos a la suela de los zapatos de Santo Tomás o de Newton perdemos miles de horas con el fútbol. Como diría Sheldon: ¿qué es la vida sin algún capricho de vez en cuando?

Los futboleros empleamos nuestro agudísimo intelecto en analizar el número, variedades, sustancia, inteligencia y origen de los futbolistas, y nos perdemos en razonamientos acerca de si ángeles como Villa atraviesan o no el espacio cuando se desplazan de un lugar a otro y en medio está una defensa como la de Finlandia en El Molinón. Los futboleros también hemos descubierto la ley de la gravitación universal en torno a futbolistas como Messi, pero dedicamos mucho tiempo a estudiar la alquimia que permite los goles de Pedro en la selección española o la exacta integración de Monreal en el delicado engranaje de la Roja. Los futboleros tomamos el vermú con un ojo puesto en el partido que nos espía desde el televisor, y hasta puede que disfrutemos del sexo teniendo en la cabeza ese gol orgásmico que todos los equipos de fútbol regalan a sus aficionados alguna vez en la vida (algún día tendremos que estudiar la influencia en el índice de natalidad del gol de Iniesta al Chelsea en Stamford Bridge). En este mundo acosado por mercados inmorales y por gobernantes que, como dice Ignacio Ramonet, ya no nos prometen bienestar, sino que incluso nos culpan del que tuvimos, los futboleros encadenamos los partidos de la selección con los partidos de Liga y los partidos de la Liga de Campeones. Y, sobre todo, los futboleros perdemos mucho, mucho, mucho, mucho tiempo con el fútbol y con todo lo que rodea el mundo del fútbol. ¿Hacemos mal?

¿Qué es la vida sin un capricho de vez en cuando? Y el fútbol no es más que un entretenido capricho que, aunque ocupe muchas horas, sólo es un capricho de vez en cuando. Los ángeles no eran un capricho para Santo Tomás, ni la alquimia para Newton, ni la vexilología para Sheldon, pero podemos conceder que el fútbol sí es un capricho que nos otorgamos quienes entendemos el interés por los ángeles, la alquimia o las banderas. Un capricho del que disfrutamos de vez en cuando, aunque los no futboleros tengan la sensación de que hay partidos de fútbol todos los días (que es casi cierto) o que se habla más de fútbol que de la crisis de Chipre (que es cierto). El hecho de que un capricho del que se disfruta de vez en cuando pueda ocupar miles de horas es un enigma digno del intelecto de Santo Tomás, de la erudición alquímica de Newton o de la sabiduría vexilológica de Sheldon. Podríamos reflexionar ahora acerca de este enigma, pero es que ya está aquí una nueva jornada de Liga y la semana que viene vuelve la Liga de Campeones. No podemos perder el tiempo en tonterías.