17 de diciembre. Los Timberwolves juegan ante los Bucks su único partido de pretemporada. El cierre patronal ha recortado en dos meses la competición y no hay tiempo para probaturas. Los Wolves cerraron las dos últimas campañas como uno de los peores equipos de la NBA (31 victorias en 164 partidos) pero la simple presencia de Ricky Rubio parece haber contagiado de un optimismo hasta entonces desconocido a los aficionados. El Target Center de Minneapolis, acostumbrado a tener más asientos vacíos que ocupados, se llenó para ver el debut del español.

Última jugada. Los Wolves ganan 117-96. Ricky deja pasar los últimos segundos. Cuando suena la bocina no puede contener un gesto de alegría y lanza el balón al aire.

«Ni que hubiera ganado el anillo...», dice uno de los comentaristas de la NBA. Le replica otro. «Me gusta lo que ha hecho. Se ve feliz a la gente con su juego. Quizás los Wolves hayan descubierto una manera de celebrar las victorias».

Lo descubrieron. Ricky repitió el ritual en cada triunfo de los de Minnesota. Y no fueron precisamente pocos. Hasta la madrugada del sábado habían ganado 21 de 40 partidos jugados y ocupaban el octavo puesto del Oeste, el último de su Conferencia con derecho a disputar el «play-off». En sólo tres meses el base de El Masnou, de 21 años, había convertido un equipo perdedor en un equipo ilusionado e ilusionante. Sus números, además, le hicieron ganarse un hueco entre los mejores (10,6 puntos, 8,2 asistencias y 4,2 rebotes de media) y la NBA le había convertido en uno de sus iconos. Joven, bueno y sonriente...

La madrugada del sábado, con los Wolves ganando en Minneapolis 102-101 a los Lakers a falta de 16 segundos, Ricky intenta frenar a Kobe Bryant. No logra afianzar bien el pie en el suelo. La «Mamba negra» choca contra él y lo paga la rodilla izquierda del español. Rotura del ligamento cruzado. Tendrá que ir al quirófano y pasar en torneo a seis meses de recuperación. Adiós a la temporada, adiós a los Juegos de Londres, adiós a un año feliz y a la opción de convertirse en el segundo español tras Pau Gasol en ser elegido el mejor debutante del año.

Desde que se conoció la lesión las redes sociales se plagaron de mensajes de ánimo. El primero, el de su compañero Kevin Love: «Te echaremos de menos». Otros: «Rezo por ti» (Kevin Durant/Oklahoma); «Mantén la cabeza alta» (LeBron James/Miami).

La lesión ha cortado la temporada de Ricky, pero no su ilusión. «Gracias por vuestros mensajes. Prometo volver pronto y más fuerte. Sólo hay una forma de salir de esta: ser positivo y sonreír», señala el jugador en su espacio en Twitter.

Los Wolves ya le echan en falta. Perdieron aquel partido ante los Lakers (102-105) y la pasada madrugada, ya sin Ricky en el banquillo, caían de nuevo en casa ahora ante los modestos Hornets (89-95). Han perdido una plaza en el Oeste pero, sobre todo, han perdido la alegría del juego desenfadado de Ricky Rubio; ese juego de malabares con el que siempre encuentra el hueco inverosímil por el que asistir al compañero. «Éste sí que sabe pasar el balón», dijo de él LeBron James cuando le vio por vez primera.

Éste es Ricky. Y volverá a serlo. Por el bien de los Wolves, de la NBA y del baloncesto.