Martín Ramos cambió ayer su hábitat natural, la montaña, por el imponente auditorio Príncipe Felipe, donde clausuró la Semana de la Montaña de Oviedo contando su segunda experiencia en el Makalu (8.463 metros), una aventura en la que le acompañó el ovetense Jorge Egocheaga, para el que Ramos sólo tiene palabras de admiración.

«El montañismo es una actividad que se puede hacer en solitario, pero en expediciones como la del Makalu se viven situaciones, experiencias, que te unen mucho a las personas que van contigo. Muchas veces tú dependes del otro, y el otro depende de ti. Para mí es una suerte haberlas compartido con Jorge (Egocheaga), ser su amigo, su compañero de montaña. Es muy inteligente, es una persona muy especial; siempre que tengo la posibilidad voy con él», aseguraba el montañero zamorano.

Tímido y algo impresionado por lo majestuoso de un emplazamiento como el auditorio ovetense, Ramos desgranó con sencillez y bellas palabras su relación con la montaña: «Al final el que colecciona montañas es como el que colecciona cualquier otra cosa. Metes cosas en una caja y puedes tener muchas, pero no te sirven para nada. Para mí lo importante es la experiencia, el recuerdo que te queda».

Y es que para Martín Ramos en la ascensión al Makalu fue tan importante el hecho de hacer cima, algo que por culpa del mal tiempo no pudo conseguir en 1999, cuando atacó por primera vez esa cumbre del Himalaya, como lo que aprendió en el transcurso de la aventura. «Para mí esta experiencia ha sido muy especial, porque volvía a Nepal doce años después. Pude ver cómo había evolucionado un país subdesarrollado. Ves carreteras que antes eran caminos de arena y te das cuenta de que también ellos quieren el progreso. En el aspecto personal, fue fantástico ir allí con Jorge, con quien es un placer ir a la montaña o a donde sea, a un país maravilloso como Nepal, con gente estupenda, con la que convives, que te prepara toda la infraestructura para que subas, con la que comes cada día y de la que aprendes muchas cosas», relata el zamorano.

Para Ramos no se trata sólo de hacer cima, hay un aprendizaje detrás, una reflexión que te queda aún cuando estás de vuelta: «Al final haces una reflexión de lo que tenemos aquí y de lo que tienen allí. En los países que consideramos desarrollados nos preocupamos de muchísimas cosas que al final te das cuenta de que no tienen importancia. Te sorprende la cara de felicidad que tienen sin tener prácticamente nada. Yo tengo un niño de 6 años. Ellos tiene muchos niños, que son felices con poco. El tuyo, en cambio, tiene de todo, le sobra de todo, y ves que tiene un montón de caprichos y que protesta mucho».

Pero si el aprendizaje y la experiencia son un complemento que hace de la aventura algo más profundo, para el montañero la historia sólo tiene un final feliz si es capaz de hacer cima en una montaña tan impresionante. «Yo me considero un montañero. También disfruto haciendo una cumbre a 2.000 metros al lado de casa, en Sanabria. Al Himalaya no se puede ir todos los días. Pero al que le apasiona esto sube primero un 2.000 y luego quiere subir cumbres más altas y en los "ochomiles" vives sensaciones especiales», explica alguien que ya ha subido ocho: el Shisha Pangma central, el Everest con oxígeno, el Cho-Oyu, el Nanga Parbat, el Gasherbrum 2, el Broad Peak, el Annapurna y el Makalu.

En su exposición, Martín Ramos comenzó con una foto en la que se le veía pensativo, acababa de conocer la noticia de que había fallecido una de sus compañeras, la suiza Joëlle Brupbacher: «Es un momento muy personal, antes de ir sabes los riesgos que corres, pero en ese momento te planteas muchas cosas, piensas en si merece la pena lo que haces».