Martín Ramos ha vuelto a dar una lección de alpinismo, ha alcanzado su octavo "ochomil" y sigue demostrando la enorme calidad que posee como montañero. El Makalu ha sido una de sus cumbres más sufridas, un coloso de 8.463 metros al que doblegó junto a su compañero Jorge Egocheaga, pero la montaña volvió a cobrarse su tributo, esta vez con la vida de la suiza Joelle Brupbacher, mujer del médico asturiano.

La pérdida de una compañera supuso para Martín lo más duro de esta nueva expedición al Himalaya, una expedición que, desde el punto de vista deportivo, se saldó con un rotundo éxito y una nueva lección de alpinismo limpio y deportivo.

«El planteamiento desde un principio era que Jorge y yo formaríamos equipo en la ascensión. Estaba también con nosotros su compañera pero ya desde un principio habíamos acordado que Joel llevaría su sherpa e irían por separado para que cada grupo pudiera llevar su propio ritmo», explica Martín que llegó a Zamora el viernes y hoy mismo se reincorporará a su trabajo en el Parque de Bomberos. «Luego estaban Horia Colibasanu y Peter Hamor con los que ya coincidimos el año pasado. Vamos juntos pero no revueltos, cada uno tiene su planteamiento de ascensión. Yo iba tan sólo con mi compañero».

Esta vez, el montaje de las cuerdas fijas lo asumieron las dos expediciones comerciales que había en la montaña, una coreana y otra inglesa, que disponían de muchos medios (cinco sherpas cada una, oxígeno, etc. ): «Ellos nos exigieron que colaboráramos, y lo hicimos sin ningún problema».

La expedición se desarrolló con normalidad en el periodo de aclimatación e instalación de los campos de altura, salvo los problemas de faringitis que arrastró este año casi todo el mundo: «El aire allí es muy seco y frío, y tuvimos problemas con la típica tos, aunque este año, no se por qué, nos tocó a todos en mayor o menor medida. Joel y Jorge fueron a los que más les afectó».

Todo discurría con una gran puntualidad y el 27 de abril, menos de quince días después de llegar al campamento base, «Jorge y yo alcanzamos el campo 3, a 7.400 metros. Teníamos todavía todo el mes de mayo por delante y ya habíamos llegado a la altura a la que queríamos instalar el último campo. Subimos dos veces más a primeros de mayo y ya estábamos listos para atacar la cumbre. Lo que ocurre es que el Makalu es muy alto y, por mi propia experiencia y la de otros amigos, es una montaña en la que pega mucho el viento en altura. Las dos expediciones comerciales que iban con oxígeno, el día que hicieron cumbre fue de viento fuerte, pero con la bombona cambia mucho todo. Ese día, nosotros tuvimos claro que no nos podíamos plantear subir pese a que estábamos ya perfectamente aclimatados. De todas formas, sabíamos que en esta montaña tan alta, con el viento que hacía, podíamos hacer un intento pero si te encuentras con algún problema, ya no podrías volver a intentarlo. Decidimos asegurar una ventana más clara de buen tiempo que no llegaba, no llegaba y se acababa el mes de mayo pero al final llegó el día 21».

Martín reconoce que el Makalu es una montaña muy seria: «La ruta normal no tiene dificultades técnicas muy especiales que te exijan un nivel alto de técnica de escalada, pero hay una parte central, entre el campo 2 y el 3, que es un muro muy vertical. Son casi mil metros de desnivel muy exigente físicamente, y la ruta en su total es muy larga, le das la vuelta completamente a la montaña. Sabíamos que era muy alta y que el viento era muy fuerte. Había que ir en muy buenas condiciones físicas porque un problema de frío te puede dejar sin cumbre, bajar con un problema y eliminar otras opciones de volver a intentarlo. Los Iñurrategi bajaron con algún dedo congelado, Tente Lagunilla se dio la vuelta por el frío, lo mismo que me ocurrió a mi en el primer intento. Es uno de los cinco grandes y lo tiene merecido porque no es una perita en dulce».

Llegó el día del ataque a la cumbre y las previsiones meteorológicas no eran demasiado seguras: «Parecía que, de entre lo que había pasado y lo que se esperaba, el día 21 era el menos malo. Tampoco teníamos otras opciones porque se nos acababa el tiempo de regresar a España. Había que echar el resto ahí. También en el Everest y el Lothse parecía que lo iban a intentar ese día, y así fue. Luego hizo un día bueno de cumbre, nos permitió coronar en buenas condiciones».

La estrategia del ataque comenzó con la decisión de ascender directamente hasta el campo 2: «Sabíamos que a nosotros, un campamento nos sobraba, entonces dudamos a cuál subir el primer día y optamos por llegar descansados al C2 el primer día, para el segundo, montar el 4 bastante arriba, a 7.700 metros. Aunque Horia y Peter lo instalaron todavía doscientos metros más arriba, demasiado alto, pero ellos venían desde el C3».

El día de cumbre, el primer debate se plantea sobre la hora de salida. Martín apostaba por las 24.00 «pero eso suponía estar más horas expuestos al frío y al final decidimos salir a las 2.00 pero comenzamos todavía una hora más tarde. Tan sólo había salido ya un americano al que alcanzamos en poco tiempo».

La primera dificultad de la jornada se plantearía para atravesar una zona de "seracs" -bloques de hielo- situados antes del lugar donde habían pernoctado Colibasanu y Hamor. A continuación hay que pasar el conocido como "Corredor de los franceses" y la arista final que da acceso a la cumbre. «Llegamos a la cumbre a las 12.30-13.00 con un tiempo perfecto. La diferencia fue que el año pasado salimos a la misma hora en el Annapurna, teníamos más metros de desnivel, y llegamos a las 11.30 horas, lo que indica la dificultad del Makalu. El "Corredor de los franceses" se me hizo especialmente largo, pero es mucha altura, estábamos 300 metros más altos que el año pasado».

La parada en la cumbre fue mínima porque tampoco hay sitio para muchas personas, ni siquiera tuvieron tiempo los dos compañeros de hacerse una foto juntos. Martín quiere puntualizar algún malentendido que se ha producido en las primeras informaciones desde el campo base y es que Horia y Peter llegaron prácticamente al mismo tiempo que ellos, y que Joel y su sherpa también hicieron cumbre, aunque bastante más tarde: «Me crucé con ella en el "Corredor de los franceses" y me confirmó que iba para arriba. Jorge le avisó que era muy tarde, que se diera la vuelta, y bajase con ellos. Ella decidió seguir hasta la cumbre». Resulta muy difícil comprender a veces las decisiones que se toman en estas situaciones al límite: «Allí arriba sabemos dónde estamos y hay que tener las cosas muy claras, y todos, incluida Joel, las teníamos bien claras. Yo sabía que el navarro Oscar Fernández se había dado la vuelta. Salieron muy tarde, es una opinión mía personal, y luego Oscar reconoció que había decidido que a las 13.00 horas, estuviera donde estuviera, se iba a dar la vuelta. El lo tenía claro. Joel era una montañera experta y podía haber atendido nuestros consejos o no. Las cosas son así y así fue. Era muy tarde cuando nos cruzamos con ella y le faltaba bastante. Insistió, tiró para arriba, e hicieron cumbre con la última luz de día».

Finalmente, todos se reunirían en el campo 4 para pasar la noche y al día siguiente Jorge y Martín fueron los primeros en seguir descendiendo, convencidos de que, a su ritmo les seguirían el resto de los compañeros. «Jorge habló con Joel a primera hora de la mañana y le advirtió que bajase cuanto antes. Pero a tan sólo una hora del campo base, que se acercan siempre los cocineros a subirte algo caliente, nos enteramos que Joel ha llegado al C3 (7.400 metros), que está muy cansada. Sabemos lo que es esto y nos preocupamos mucho. Hablamos con Horia, les animamos a que sigan bajando todos porque todavía estaban muy altos. Pero Joel no podía. Intentamos subir oxígeno como fuera, pero ya fue imposible».

Martín Ramos reconoce que todos estos días ha reflexionado mucho: «Estoy contento por ver de nuevo a mi mujer, a mi hijo, a mi familia... Hemos pasado varios días solos, pensando y pensando. Te haces muchas preguntas, si merece la pena, que tú no vives de ésto, pero todo nos defendemos con lo puesto. Te duele mucho cualquier muerte, pero también coger el coche todos los días supone un riesgo permanente. Nadie sabe cuándo le va a dar una angina de pecho. A estas horas se están moviendo hacia el Mundial de Motociclismo miles de motos y seguro que habrá varias muertes. Yo me puedo caer en una grieta o me puede venir una avalancha porque eso no lo puedo controlar, lo admito. Pero también me puede pasar en Pirineos y en Sanabria, otras cosas. La montaña es la montaña, pero la forma de las dos muertes que ha habido estos dos años, muy similares, a Jorge y a mi nos queda muy lejos. Yo estoy seguro de que a mi eso no me pasaría. Yo me he dado la vuelta varias veces ya, a mi no se me pueden achacar estos dos accidentes. Podrías reprocharme otras cosas pero no éstas. Al final, es pasarte una vuelta de tuerca».