El cine nos había enseñado que los magníficos eran siete, y siete magníficos tiene el tenis desde que ayer Rafa Nadal ganó al serbio Novak Djokovic la final de Nueva York (6-4, 5-7, 6-4 y 6-2). Con Brudge, Perry, Laver, Emerson, Agassi y Federer el balear se hacía un hueco en ese club de leyenda de los jugadores que han completado el póquer de los cuadro grandes: Australia, Roland Garros, Wimbledon y Estados Unidos. El Grand Slam. Tras el estadounidense Brudge, que lo logró en 1938 con 22 años y 357 días, y el australiano Laver, que lo completó por primera vez en 1962 con 24 años y 32 días, Rafa es el tercero más joven en conseguirlo de los siete. Dos meses más que Laver.

Y lo consiguió en el mejor escenario posible, la pista Arthur Ashe, la más grande del mundo, y tras firmar el mejor balance en el historial del torneo, pues sólo perdió en cinco ocasiones su saque y únicamente cedió un set en todo el campeonato, igualando el hasta ahora récord del estadounidense Andy Roddick en 2003.

A Djokovic ni siquiera le quedó el consuelo al pataleo. Y el serbio lo reconoció cruzando la pista para ir a felicitar a Nadal sin esperar a que el campeón alcanzara la red. Nole había pedido lluvia tras su dura semifinal ante Federer para tener más tiempo de recuperación y el dios de la lluvia llovió sobre Nueva York para retrasar 24 horas la final.

Le valió de poco. Rafa le rompía ya el primer servicio, aunque Djokovic no se puso nervioso y recuperó el «break» en el cuarto. La alegría le duró un suspiro, pues el balear le devolvió a continuación la rotura y ahí sí que acusó el balcánico el golpe. Lo pagó su raqueta, destrozada a golpes contra el cemento neoyorquino.

Nadal mantenía a continuación su servicio y se llevaba la primera manga. La estadística ponía otra losa encima de los hombros de Djokovic. Nadal había ganado 106 de los 107 partidos del Slam en los que se había anotado el primer set. Pero entonces Djokovic sacó a relucir el descomunal nivel tenístico que lleva dentro para ponerse 1-4 por delante tras encadenar una docena de puntos seguidos.

Con lo que no debía contar Djokovic es con la fortaleza mental del número uno, esa que saca a relucir en las grandes ocasiones. Nadal comenzó a dominar con su derecha y a quitar la iniciativa a Nole, quien impotente vio cómo el español invertía el rumbo del set y empataba a cuatro juegos.

Con el servicio de Djokovic y un 30-30 con Nadal cada vez más ambicioso, el serbio encontró de nuevo ayuda en la lluvia. El parón, largo, de casi dos horas, le permitió coger aire y asentar las ideas. El serbio reanudó el partido más sereno mentalmente y agresivo en su juego, consiguiendo romper el servicio del balear en el duodécimo juego (3 de 3 de efectividad) para anotarse la manga, la primera que perdía Nadal en el torneo.

Los dos estaban jugando a un nivel altísimo y así vivimos una tercera manga sencillamente espectacular, aunque Nadal siempre un punto por encima que su rival. Tanto que salvo en el primer servicio de Djokovic pudo quebrar en todos los demás al balcánico. Desaprovechó diez bolas de ruptura pero le valió con la que logró en el tercer juego para anotarse la manga (2-1) gracias a la consistencia de su saque. Un dato sobre la efectividad de Nadal al servicio: de las cinco veces en las que sacó en la tercera manga ganó tres juegos en blanco, y entre las otras dos sólo cedió cuatro puntos.

No volvió a llover y Djokovic se quedó sin resuello. Llegó aún a firmar, más por rabia que por fuerzas, algunos puntos espectaculares, pero se fue desinflando ante la consistencia de Nadal, que con dos roturas consecutivas en el cuarto set y firme siempre con su servicio se ponía con un 5-1 incuestionable antes de cerrar 6-2 el partido; antes de convertirse en el cuarto español tras los «Manolos» (Santana y Orantes) y Arantxa en ganar en Nueva York; en el séptimo jugador en la historia y en el tercero más joven en conquistar el Grand Slam. Es el séptimo magnífico, que además ha ganado tres Davis, un oro olímpico y más Masters 1.000 que nadie.