La selección española de fútbol, campeona de Europa en 2008 y del mundo este año, ha sido galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes 2010, un reconocimiento que aprecia, por encima de la victoria y el éxito, la amistad de un grupo que ha hecho historia.

Hace 58 días que el capitán de la selección, Iker Casillas, levantaba al cielo de Johannesburgo la copa que acreditaba a España como campeona del mundo por primera vez en su historia y lo hacía acompañado por 22 personas más, 22 amigos.

Todos, desde los encuentros previos al mundial, desde hace dos años en Viena, han empujado por lo mismo, por el éxito común por encima de los logros individuales, por apoyar a aquel que no atraviesa una buena racha y por conseguir, sobre todo, disfrutar jugando al fútbol.

Los titulares indiscutibles que han cumplido han sido tan importantes como aquellos suplentes que apenas han jugado. En este grupo no importan los nombres, da igual si fue Andrés Iniesta o Fernando Torres quien disparó en la final, fueron 23 los que remataron y que tuvieron, detrás de ellos, a millones de personas.

Esa es la clave de este equipo. No es sólo un combinado de los mejores jugadores de un país sino que, además, es un grupo de personas conectadas por algo intangible pero inmensamente valioso, algo sin lo cual, la nave española habría, probablemente, naufragado.

Según su reglamento, el Príncipe de Asturias se otorga "al grupo de personas que hayan conseguido nuevas metas en la lucha del hombre por superarse a sí mismo y contribuido con su esfuerzo, de manera extraordinaria, al perfeccionamiento, cultivo, promoción o difusión de los deportes".

La selección ha sabido superarse y aprender a funcionar como uno solo, a ser una orquesta que, bajo la batuta de Vicente del Bosque, ha interpretado una obra llamada triunfo que ha deslumbrado a propios y extraños.