Ya no se hacen fotos como las del fotoperiodista Lee Lockwood. No sólo porque la tecnología ha cambiado. También porque hoy los informadores ya no están ni tan cerca ni durante tanto tiempo con los protagonistas de las noticias. Lockwood tuvo esa oportunidad con el recientemente fallecido Fidel Castro. Fue una combinación de perseverancia y suerte: el 31 de diciembre de 1958, justo el día anterior de la toma de poder de Castro, el fotógrafo llegó a La Habana para cubrir lo que parecía ser el final del régimen de Batista.

El 5 de enero de 1959, con la ayuda del fotógrafo Alberto Korda, contactó con Castro y sus guerrilleros. Los acompañó durante su triunfal procesión desde la Sierra Maestra hasta la capital por la autopista central de la isla, donde: "Los cubanos esperaban impacientemente, con un día de antelación, esperando vislumbrar a Fidel mientras pasaba", relata Lee Lockwood en el libro.

La Cuba de Fidel, publicada por la editorial Taschen, es un documento excepcional no sólo por el momento histórico que vivió de primera mano, sino también por el seguimiento que Lockwood pudo dar a la historia. Si el periodista quedó deslumbrado por el magnetismo del comandante -lo describió como "un Parsifal barbudo que ha traído la salvación a una Cuba enferma"-, Castro también confió en aquel joven admirador ­estadounidense. Le invitó a volver cuando quisie­ra, concediéndole acceso a su círculo más cercano y total libertad para moverse por la isla.

En la siguiente década, Lock­wood viajó doce veces más a Cuba. El momento culminante tuvo lugar en 1965, cuando Castro le dio una cita para una entrevista en profundidad que se retrasó, para desespero del periodista, ¡tres meses! Su paciencia le fue compensada con una maratoniana audiencia de siete días junto a otro reportero, Grey Villet. Tuvo lugar en la entonces isla de Pinos (hoy isla de la Juventud), que Lockwood describió como un escenario perfecto para La isla del tesoro. Durante aquella semana, el comandante, ya famoso por sus interminables discursos, les respondió a sus preguntas durante un total de 35 horas.

La entrevista, que se reproduce en el libro, está considerada uno de los retratos más agudos del líder cubano. Una vez transcrita y forzosamente editada, Lockwood voló de nuevo a Cuba para enseñársela a Fidel, como deferencia. Según el autor, apenas hizo cambios.

Las palabras de Castro no son el único material valioso que dejó Lockwood, fallecido en el 2010, a los 78 años. Sus fotografías, tomadas a lo largo de esa década convulsa, documentan un momento de transformación de la isla que el autor sabía no era ni tan perfecto como se decía en Cuba ni tan espantoso como se comentaba en América. Incansable, retrató al comandante tanto en plena arenga como descansando en un balancín, en calcetines, en la isla de Pinos o jugando al dominó con sus camaradas de armas. Sin olvidar a los otros actores del momento: los cubanos, a los cuales también fotografió de forma incansable en un proyecto que llamó, en la jerga de su oficio, "su doble exposición" de la Cuba revolucionaria, sistema político que pasa una página definitiva con la muerte de Castro.