Cumplidos los 83, el escritor barcelonés Juan Marsé se interroga sobre el olvido, la memoria colectiva e individual en su última novela, "Esa puta tan distinguida", un relato que podría ser visto como su ajuste de cuentas con el cine y que "seguramente" es su obra "más autobiográfica", asegura.

"Esa puta tan distinguida" (Lumen) tiene como punto de partida el asesinato en la cabina de proyección de un cine de barrio de Carol, una prostituta bien conectada con la policía y con el régimen en la Barcelona de 1949. Su asesino confeso, el proyeccionista Fermín Sicart, habla del caso en el verano de 1982 con un escritor que ha recibido el encargo de escribir el guión para una película.

Un retrato de Gil de Biedma, fotografías con su hija Berta, con Brossa o de la plana mayor de la revista "Por Favor" colman el estudio de Marsé, en el que recibe a los periodistas, con las estanterías atestadas de libros, perfectamente clasificados.

Sobre su escritorio descansan aún algunos volúmenes utilizados por el autor para documentar datos que la memoria ha olvidado, en perfecta armonía entre los tradicionales lapiceros y un moderno ordenador Apple.

"El derecho a olvidar es indiscutible, siempre y cuando lo que se quiera olvidar no sea de exclusiva pertenencia a una persona", comenta Marsé en una entrevista a Efe antes de reponer: "Cuando un político de derechas dice 'olvídese del pasado', siempre hay un interés político en sus palabras".

Con el trasfondo narrativo de un rodaje, una estructura narrativa guionizada y la aparición de un productor de nombre Moisés Vicente Vilches, entiende Marsé que pueda surgir la idea del ajuste de cuentas: "No me he tomado la molestia de escribir más de doscientas páginas para una revancha, sino que mi idea era trasladar una realidad en unos años en que estaban pasando cosas importantes y cierto sentido de la ética era importante".

Detrás de esa historia, añade, están los 40 años de franquismo, y eso afectó al cine español, como a otras cosas.

El escritor que recibe el encargo del guión, al que Marsé dota de mucha experiencia propia, sirve al autor de "Rabos de lagartija" para "describir la situación de los guionistas y su posición de indefensión frente a directores y productores".

Además, los años 80, en los que se sitúa ese encargo, "eran la época del destape, de Mariano Ozores, de un cine casposo, con sentido del humor zafio, en el que se hicieron centenares de películas de las que no tengo un buen recuerdo, y todo eso está en la novela".

Cuando se le pregunta por la poca fortuna de las adaptaciones cinematográficas de sus novelas, Marsé reitera: "Siempre he dicho que no me gustan, porque son películas frustradas, malas, no porque hayan dejado o no de respetar mi texto; algo que me es indiferente, y estaría dispuesto a que traicionaran el original para hacer un buen filme, como hizo Buñuel con Galdós en 'Tristana' o 'Nazarín'".

"Buñuel -continúa- supo vampirizar a Galdós, lo sacrificó un poco para hacer una buena película, todo lo contrario que Visconti con 'El Gatopardo', que no aporta nada especial a la obra de Lampedusa".

"Descreído" de bastantes cosas con el paso de los años, confiesa Marsé que lo que le sostiene vitalmente es "el trabajo y tres o cuatro ideas concretas sobre las relaciones". Y añade: No soy entusiasta de ninguna ideología ni bandera".

En las primeras páginas de la novela Marsé da pistas de sus posiciones en boca del protagonista, quien en una entrevista parafrasea a Flaubert cuando habla de "banderas de sangre y de mierda", se declara "anticlerical", califica de "raquítica" nuestra industria cinematográfica e identifica la identidad nacional con "una estafa sentimental".