El Premio Planeta se desentumece, más o menos, a partir de las 21.00 horas, momento en que el Palacio de Congresos de Cataluña se convierte en un avispero de ilustres y periodistas que digieren la cena de la LXIV edición del galardón con la ansiedad -digestión pesada, por tanto- de oír de una vez por todas el nombre -el finalista no tanto- del ganador del honor literario español mejor nutrido de euros (601.000), cantidad de la que hay que descontar la ´mordida´ del ministro Montoro. Ni el primer Lara ni el segundo, ni tampoco el tercero, han logrado que la férrea fiscalidad del PP con los premios literarios se aminore un tanto. Y sino que se lo pregunten a la ganadora en 2013, Ángeles Caso, que pagó un 48%, pero la destrozaron a paralelas por atreverse a meter gastos profesionales por 15.000 euros. El IRPF no sabe de novelas ni de narraciones gruesas o finas.

Pero mientras la fiesta siga, la queja menos queja es. Desplegada la alfombra y la cristalera la emoción del acontecimiento baja contenida. Frente a ediciones pasadas, me dice un ´clásico´ de la velada, este año ha habido muy poco (o casi nada) que echarse a la boca. A la hora de esta gacetilla previa al ágape (que uno ya no está para comer como el hombre bala) todavía se mantienen en el disparadero Cristina Pedroche y Javier Sierra, nombres lanzados por un periodista en rueda de prensa e incorporados para la posteridad en webs y avances informativos.

Por lo tanto, se toma asiento con el malestar posesivo de que las deliberaciones del jurado (Blecua, Delgado, Eslava, Gimferrer, Posadas, Regás y Rosales) no han sufrido filtraciones. O sí: lo mismo cuando este artículo se encuentre en página salta la liebre, y lo escrito se queda viejo. Pero es el sino de los periodistas en el trono de internet: te haces antiguo por segundos; lo ideal es tener siempre algo nuevo a mano, disparando cohetes noche y día. Y no les quiero ni contar qué pasaría (espero que no, por el estómago sobre todo) si el triunfador fuese uno de los cuatro originales procedentes de Las Palmas.

Tampoco puedo confirmar a esta hora tan anticipadora si entre los presentes va a estar Artur Mas, ´president´ en funciones al que el tercer Lara ha advertido que habrá fuga y tocata del imperio Planeta en caso de que siga adelante con su plan de independencia de Cataluña. No importa, seguro que se resuelve con sonrisas (y el delfín de Pujol se la gasta armónica). Un apunte pictórico: la gente del sello editorial, tan espléndida, llevó a la tropa la noche de vísperas a cenar al Born, a la bodega La Puntual, donde cayeron igual que en un sacrificio místico viandas tras viandas en una experiencia que parecía no tener fin.

El lugar tenía el aspecto sin alterar de un antiguo taller creado por la impertérrita laboriosidad catalana de siglos atrás; unos metros más allá se encuentra el antiguo mercado del barrio del Born, una imponente estructura de hierro -la primera que se conoce en Cataluña-, reconvertida en un centro cultural administrado por el gobierno catalán. Entre sus paredes, una muestra dedicada a uno de los grandes del nacionalismo, el republicano y catalanista Companys retratado por Agustín Centelles, José Domínguez o Josep María de Sagarra. Y antes de la fotografía, una muestra didáctica sobre los 300 años de la conquista de Barcelona por las tropas borbónica. A otra cosa mariposa.

Hace montón de años, con José Manuel Lara, el que creó al vendedor de libros puerta a puerta en un país de iletrados, el mejor entretenimiento para todos los que iban a Planeta era la quiniela con los finalistas, a ver hasta qué punto la sagacidad de los presentes coincidía con la del jurado. Espero que la costumbre siga, y con estos pensamientos llego a la mesa, que este año vuelve a hacerse pequeña por la carga de tecnología que llevan los que quieren ser inmediatos.

¡Tenga cuidado, no vaya a confundir un fideo con un cable de USB! ¡No me salpique usted el teclado con tanto ´gotelé´ grasiento! En los años de ´maricastaña´ me acuerdo de ver a Juan Cruz en un Planeta con uno de sus habituales despliegues: atento al Planeta y dictando para este periódico un obituario que había redactado en una servilleta. Ahora, pantalla, mucha pantalla.

Siento, lamento, no poder ofrecer en este esbozo de Premio a un ganador. Pero quiero cerrar ya el portátil, sobre todo porque tengo derecho a vivir, quizás a entretenerme sin prisas ni escozores mentales en mirar el escote que por la gracia de Planeta me ha tocado delante, aun sin agitar por esa hora que se acerca brutal, sin miramientos, para dar paso a la apertura de la Caja de Pandora, estruendo nominativo que parte en dos la noche en Palacio de Congresos y que lleva en volandas a un autor, al hacedor de unas palabras, al moldeador del verbo, al mago del alambique de la creación. ¡Nace una estrella! ¡Viva el libro! ¡Qué no muera la novela! Sucede algo grandioso. Ya está.