Hay otras ranas famosas pero en España el batracio más reconocido se posa desde hace medio milenio sobre una calavera labrada en la fachada plateresca de la Universidad de Salamanca. Cada día miles de personas apuntan su dedo índice hacia su pétreo objetivo, mudo testigo de la historia que, para desconocimiento del gran público, guardaba un secreto que ahora Benjamín García-Hernández acaba de sacar a la luz. Este catedrático de Filología Latina de la Universidad Autónoma de Madrid atravesaba hace 40 años las puertas que, bajo la fachada, dan acceso al Patio de Escuelas Mayores para asistir a sus clases. A buen seguro barruntaba desde entonces plantearse la realización de un profundo estudio en el que desenmascarar la simbología de uno de los monumentos más visitados del planeta.

García-Hernández ha publicado «El desafío de la Rana de Salamanca: cuando la rana críe pelos», un curioso título para una sesuda investigación llena de rigor y originalidad en la que, por momentos, la propia rana cuenta al lector en primera persona los avatares de su construcción y el porqué de su importancia. En su origen, sin embargo, esa rana era un elemento secundario rendido al enorme peso del escudo de los Reyes Católicos. En aquel siglo XVI daba sus primeros pasos la secularización de la Universidad que dejaba de depender del papado para pasar a hacerlo de la Monarquía. De ahí la efigie de Isabel y Fernando circundada por la leyenda «Los Reyes para la Universidad y ésta para los Reyes».

García -Hernández sostiene en su relato que el conjunto de la rana y la calavera sobre la que se posa pretende mandar un mensaje iconográfico para burlar de esta manera a la inquisición y añade un detalle que ayuda a comprender la historia. El elemento antropomorfo representa al príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos fallecido en 1497 sin haber cumplido los 20 años. Por tal motivo, al chafarderismo popular rebautizó la pieza como «Juanita» y en recuerdo al doctor Parra, quien trató infructuosamente de salvar la vida del heredero de la corona, denominó «Parrita» a su eterna compañera animal que, apostada sobre la zona del cuero cabelludo, lanza al mundo de manera sutil el mensaje de que, pese a que el conjunto de la fachada pretende resucitar a los notables de la época, la resurrección no es posible. La idea, heredada de un viejo proverbio sefardí, explican los expertos, podría haberse dejado clara si se hubiera acompañado de un lema que jamás llegó a ser tallado por no ofender la moral de la época y no arriesgar la vida del autor o autores. De igual modo Benjamín García-Hernández logra desentrañar el llamado «orden de lectura» del monumento. La clave que permite seguir la historia que esa fachada quiere contar y lo que representa cada elemento. Así, considera que el conjunto que forman las tres calaveras apostadas en la pilastra de la parte derecha representa a los tres hijos de los monarcas fallecidos (Isabel, María y Juan). Uno de ellos, señala, es el príncipe Juan sobre el que se alza, desgastado por el tiempo, uno de los enigmas más curiosos de los últimos cinco siglos.