Madrid, Efe

Avilés, Efe

«The Wall» es una ópera rock de dimensiones cósmicas que rememora el espíritu del álbum conceptual de Pink Floyd, cuyo fundador es ahora responsable de un espectáculo que cuenta con la más alta tecnología como aliada.

Waters comenzó su actuación con «In the Flesh», el primer corte de «The Wall» (1979), un disco que interpretó en el mismo orden que presenta la edición original de un trabajo compuesto por 26 canciones. El mensaje antibelicista de este álbum, el más vendido de la década de los setenta, no puede estar de mayor actualidad, y por esa razón canciones como «The Thin Ice» nunca pasarán de moda.

La pantalla circular situada en el centro del escenario mostraba las fotografías de soldados, víctimas y activistas fallecidos en Iraq, Palestina o Irán. El retrato del padre de Waters, caído en la Segunda Guerra Mundial, fue el primero de una larga lista de homenajeados.

Tras la ejecución de la primera parte de «Another Brick in the Wall», los 15.000 espectadores que abarrotaron el recinto fueron sorprendidos por la presencia de una gigantesca marioneta -un profesor con un bastón- que caminaba al ritmo de «The Happiest Days of Our Lives». La segunda parte de «Another Brick in the Wall» motivó la entrada de un grupo de quince niños que interpretó la composición más célebre del repertorio de Pink Floyd, dueño de un himno que puso en tela de juicio al sistema educativo inglés.

Tras saludar en castellano al público madrileño, Waters recordó que muchos de los allí presentes no habían nacido cuando se publicó esta obra maestra del rock sinfónico.

Sin apenas efectos especiales y con la guitarra acústica llegó la versión más íntima del espectáculo dirigido por el músico británico, quien logró emocionar al público con «Mother». Pero con «Goodbye Blue Sky» comenzó de nuevo a tomar más fuerza el aspecto visual sobre el sonoro, un giro que se debe al protagonismo de las imágenes proyectadas, que exhibían una lluvia de símbolos religiosos -cruces, medias lunas y estrellas de David- que caían como proyectiles lanzados por un bombardero B-52.

El cineasta Woody Allen se calificó ayer como un «horrible músico» antes de tocar ante 10.000 espectadores, congregados en la noche del viernes para escucharle, junto a su banda, en el concierto inaugural del Centro Cultural Oscar Niemeyer de Avilés (Asturias). Momentos antes de subir al escenario, el artista neoyorquino inauguró el cine del Niemeyer, donde una butaca llevará su nombre. «Soy un buen director pero soy un horrible músico, que es por lo que estoy aquí», se limitó a decir ante el público que llenaba la pequeña sala de cine.