Miguel Delibes era miembro de la Real Academia Española (RAE) desde 1973. Ocupaba el sillón «e» minúscula y tituló su discurso de ingreso «Un mundo que agoniza». Su esposa, Ángeles de Castro, moriría poco después, en palabras del propio autor, «la mejor mitad de mí mismo». Era ya un escritor de éxito. Víctor García de la Concha recordaba ayer que en los últimos años, sobre todo desde su enfermedad, no iba mucho por la Academia, pero seguía todas sus actividades puntualmente.

El pasado 10 de diciembre la Real Academia Española presentó en su sede, en Madrid, la nueva Gramática de la Lengua Española. El acto, presidido por los Reyes, con la asistencia de miembros de todas las academias de español, incluidos representantes de Filipinas y de Estados Unidos, tuvo una gran carga de emotividad. Delibes no pudo asistir, se encontraba ya muy enfermo, pero se proyectó una grabación realizada en su casa de Valladolid en la que el autor se dirigía al mundo hispanohablante en nombre de los escritores españoles.

Su discurso fue corto y sus palabras sonaron a verdad y a despedida. «Queridos amigos. Lamento no poder asistir a la presentación de la nueva Gramática, pero mi salud -no tan boyante como yo desearía- y los años me lo impiden. Sin embargo, me siento orgulloso del trabajo ímprobo de mis compañeros y de que tantos de los textos de mis obras figuren como ejemplo del habla de Castilla, la que yo aprendí de niño, la que oí más tarde, perfeccionada, de la boca desdentada de los viejos castellanos en las plazuelas de nuestros pueblos. Mi mayor deseo sería que esta Gramática fuera definitiva, que llegara al pueblo, que se fundiera con él, ya que, en definitiva, el pueblo es el verdadero dueño de la lengua».

Víctor García de la Concha, presente en el momento de la grabación, recordaba ayer que el escritor tenía la nueva Gramática abierta sobre la mesa y decía que era «extraordinaria». También tenía abierto un periódico. «¡Qué símbolo: una Gramática y un periódico!».

«La voz de Delibes en esa grabación parecía como la campana de una ermita de cualquier lugarejo castellano de esos que él quería tanto. Era una voz cascada pero cargada de emoción», afirma.

«Lo que me queda», añade García de la Concha, «es ese último retrato del último Miguel, en el que él supo compendiar de forma tan perfecta, como en un testamento, toda esa doctrina que incorporaba a su vida y a sus libros, porque, en definitiva, él fue un gran cronista de la humanidad», subrayó.

Mientras los técnicos preparaban los detalles de la grabación, Delibes le preguntó a García de la Concha por cada uno de los académicos, y con sus palabras sobre cada uno de ellos «fue haciendo una galería de retratos», explica el director de la Academia.

De la Concha lamentaba ayer no haber llevado adelante la propuesta de Arturo Pérez-Reverte de celebrar un pleno extraordinario de la Academia en el domicilio de Delibes. «Lo propuso para estudiar algunas de esas palabras castellanas que él ha rescatado y ha hecho vivir para siempre en sus escritos». Al novelista le entusiasmó la idea, pero finalmente su salud no lo permitió.

García de la Concha no podrá acompañar hoy a Delibes en su último paseo por Valladolid. Una antigua dolencia, acentuada durante el terremoto de Chile, lo mantiene en reposo en su casa de Salamanca. Delibes y el filólogo se conocieron hace cuarenta años. «Me abrió las puertas de su casa y de su amistad», dice. Así se lo expresó el escritor en la dedicatoria que le hizo en el libro que más gustaba al propio autor, «Viejas historias de Castilla la Vieja».

De la Concha lo define como «un gran cronista de humanidad», que plasmó en su obra «la esencia de una manera de ser, de pensar y de vivir, siempre con el hombre en el centro de su obra».

La bandera de la Real Academia Española (RAE) ondea a media asta en su memoria. Delibes era el segundo académico de número más antiguo de la RAE, después de Martín de Riquer. La sesión plenaria del próximo día 18 se suspenderá en señal de duelo.