La exposición en la que intervenían una treintena de artistas plásticos, entre ellos tres zamoranos: Mariano Gallego Seisdedos, Olga Antón Escudero y Mercedes Rodríguez Manzano.

Mariano y Olga son escultores e integran el grupo «Tres en suma», que se completa con Carmen Isasi, también propietaria de uno de los tres pisos, próximos entre sí, en los que se celebran estos encuentros de arte actual y donde han habilitado parte de la vivienda como lugar expositivo, diáfano y regular. No es un espacio reservado dentro del propio estudio-taller donde el artista generalmente expone parte de su obra, algo bastante común por otro lado. Aquí se trata de un espacio alternativo para ver arte actual y que no se contempla dentro del circuito de las galerías comerciales.

En ellas hay una conjunción multidisciplinar donde intervienen arte/artistas comprometidos de diversas tendencias que buscan una poética posmoderna. Allí se alían pintura, escultura, fotografía, dibujo, grabado, vídeo, poesía, danza, música…, algunos son artistas muy consagrados, como es el caso de Marisa Manchado con alguna obra representada en el Auditorio Nacional de Madrid. En la exposición anual que los tres integrantes de «Tres en suma» hacen es sus respectivos espacios, celebrada entre febrero-marzo de 2009, estrenó la obra titulada «Improvisaciones: de LUAR a la NANA».

Esto me recuerda que, aunque los movimientos artísticos nunca se repiten, ni son exactamente iguales, a veces aparecen otros, o incluso pequeños grupos que podrían tener algunas resonancias de aquellos. Por ejemplo el Fluxus art, patroneado por Beuys, a mediados del siglo XX, y lo que hacen actualmente los componentes de «Tres en suma».

Cuidan mucho la puesta en escena en forma de happening, instalaciones o performances; técnicas todas ellas que tienen su apartado correspondiente dentro del arte contemporáneo. De cualquier manera se trata de un recreo para los sentidos, en el que el universo onírico del artista usurpa y transfigura los elementos de contenido ético. Donde muchas veces sustituyen el objeto por el concepto, o lo que es lo mismo: «Convierten el arte del espacio en un arte del tiempo. Y cuando esto sucede, el tiempo artistizado acaba ganando la batalla al espacio ocupado o integrado en la obra de arte» como bien dice Teresa Ortega Coca.

Aquella teoría, defendida por algunos autores, de que la escultura tiene que ver con el despliegue de los cuerpos en el espacio, y que por esa condición habría de separarse de la esencia de otras formas artísticas cuyo medio sea el tiempo como la poesía, por ejemplo. O la de otros teóricos de que la escultura debe estar hecha de materia inerte, y que su base real afecta sobre todo a su extensión espacial antes que a la temporal, seguramente al día de hoy han quedado en desuso.

Dentro de ese espacio ocupado podría citar el montaje que Olga Antón presentó en esa exposición titulado «Toda una vida». Se trataba de la instalación de una mesa cubierta por una sábana blanca, sobre la que se conjugaban toda una serie de elementos de la más diversa procedencia y con dos anfitriones como hilo conductor: nacer y morir. Donde todo comienza y todo termina, principio y fin de la trayectoria vivencial. Entre uno y otro se abrían variadas ramificaciones, en cada una de ellas un vínculo que nos aproxima a la vida de cada uno en algún momento.

Y ahí es donde Olga Antón recreaba, en clave poética, toda su argumentación visual del objeto como poema, en definitiva su idea: emociones-pensamiento-reflexión, alegría-felicidad-lágrimas, dinero-heridas-dolor, ataduras-engaño-fraude. Metáforas visuales que permiten al espectador una comprensión del mismo y la opción de poder apropiarse el objeto, dándole una interpretación propia más allá de lo representado.

La obra de Mariano Gallego aludía al tempus fugit o vitta brevis que, como en el caso anterior, está planteada con un sentido desestructurado de la técnica, donde los materiales son astillas de madera carcomida, clavos de fragua decimonónica, el humo y el fuego o la madera descarnada. También en su aprovechamiento, voluta de neorenacimiento español, rostro a lo Bomarzo…, o la incorporación de cosas «ex aequo» como el tejido de lana o las calaveras, instaladas dentro de una piscina, fabricada en acero cortén, con arena de río, apoyada sobre la tabla de una mesa.

Aquí se trata de imaginar la conversación entre dos elementos, el cráneo de un hombre y la osamenta de una vaca, donde el tiempo artistizado ha ganado la lid al espacio ocupado, como se ha dicho. El artista parte de lo fraccionado de la ausencia de estructura para configurar el mensaje y el sentido de la obra, obra que se mira en un espejo.

Y se observa que hace un guiño irónico al arte del pasado al titular la pieza «Rococo y no varroca». Donde el sentido de lo casual es imprescindible y se erige en vehículo de la emoción. Sin duda en la elección de los elementos y su disposición así como la evocación que plantean, hay toda una pretensión de transportar y transformar dicha materia al mundo de la catarsis del inconsciente-consciente personal del autor.

Desde esa organización de las cosas se observa que tiene un amplio conocimiento, erudito, de lo simbólico en cuanto al discurso plástico. Seguramente acude al historiador rumano Mircea Eliade, estudioso de las religiones y de las analogías entre los simbolismos y su significado; o quizá a las teorías del español Eduardo Cirlot. Es posible que pensara en Sísifo, el hombre que engañó a la muerte (thánatos) según la mitología griega.

Algunos teóricos apuntan que todo lo que no es tradición es plagio, nos recuerda la piedra, y es que los precedentes condicionan la forma de lenguaje. De los antiguos: Zurbarán, Sánchez Cotán, Velázquez, o el Goya más negro; y de los modernos Duchamp y Beuys, o el contemporáneo Jeff Koons, que hace una obra «kitsch» como el cachorro Puppy que flanquea la entrada del Museo Guggenheim de Bilbao, pero sobre todo destaca por las esculturas de instalación, como las presentadas unos meses atrás en los salones del Palacio de Versalles y que fueron motivo de muchas polémicas.

Respecto a la ubicación de los actores en el montaje realizado por Mariano gallego, podría deducirse que se trata de una conversación, de una partida de juego o de un festín, como se observa en el desdoblamiento de la imagen en el espejo. Son dos «vanitas» que recogen toda la tradición icónica de la pintura barroca española, dos personajes que entroncan con la tradición del culto a la muerte; una obra desarrollada sobre un escenario que recuerda a una «caverna platónica» atemporal.

Precisamente esa cuestión, el tiempo, Mariano la trata desde varios ángulos, a saber: por un lado la acción y su discurso temporal queda rota por la fotografía donde los dos personajes se entregan al festín «si cabrá en este baldrés mangas para todas tres…», o bien «hoy comamos y bebamos que mañana ayunaremos…» (ese mañana es hoy). Y por otro lado la caverna, el túmulo refleja la caída de arena de un reloj, también atemporal que, como dice el escultor: «Esta escudería de siervos jinetes apocalípticos en los dos actos se miran y dialogan, cantan. Se deslizan entre las sombras, la humedad y el tiempo en una «kermesse» o «leçon des ténèbres». Sin duda se trata de sensaciones dispuestas como en una procesión de tinieblas.

Lo que no cabe duda es que la obra de ambos escultores, Olga y Mariano, es hija de su tiempo y de esa sociedad globalizada, a la que añaden un mundo imaginario, el suyo, rescatando los recuerdos con los que completar la triada pensamiento-sentimiento=emoción. Una obra que, como dice Mariano: «…es como un azar gaseoso…que tiene lugar entre la aparición y la desaparición; confundo las obras que he hecho con la que he querido hacer». Donde se conjugan lo mágico y lo misterioso, incluyendo sus experiencias viajeras, con referencias al «Tokonomá». Ese espacio en el que se mueven elementos pictórico-escultóricos, y desde el que intentan atrapar todos los tiempos existidos ¿o soñados? como se observa en las fotografías que ilustran el presente artículo.

Estas manifestaciones visuales tienen cierta regularidad y un único objetivo de los componentes de «Tres en suma», que es dar oportunidad de exponer sus obras a otros artistas; donde puedan materializar sus ideas/proyectos sin estar sujetos a intereses del mercado, como es el caso de Mercedes Rodríguez Manzano, que en esta exposición presentó dos obras de pintura. Cada una de las exposiciones dura dos fines de semana. Después recogen el material que no han vendido, y empiezan a pensar en el montaje de la siguiente.

Las convocatorias se hacen por correo electrónico, de boca a boca, o enviando algunas tarjetas particulares. Pero siempre existe el peligro de excesiva afluencia de gente, porque no dejan de ser domicilios privados. Sin embargo, hasta la actualidad, aunque ha acudido mucha gente, ha habido un buen equilibrio.

Anteriormente habían hecho otras exposiciones de variado contenido artístico y en las que, algunos de sus integrantes, añadían un juego espacial en tres dimensiones; es decir, no eran obras en una hoja de papel en un espacio bidimensional como ocurre con otras dedicadas a la «poesía visual».

Además presentaron la segunda publicación de la revista Tres en suma, asociación cultural contemporánea, integrada por Alejandro Tarantino, Eva Hiernaux, Carmen Isasi, Mariano Gallego, Olga Antón, Raúl Cazorla y Caridad Fernández (zamorana). Estas publicaciones tienen una parte literaria y una parte artística, que no son reproducciones, pues sus integrantes procuran que lo que allí aparece sea obra original; motivo por lo que cada edición se limita a cien ejemplares.

Y, como es de justicia, debo mencionar a Higinio Vázquez y a Pedro Santos Tuda, otros dos artistas zamoranos que me acompañaron a la cita, y en la que conocimos a Oscar Centeno Giralde y a Marco Antonio Núñez, también de la tierra.