Roma, 1586. El papa Sixto V decide trasladar a la Plaza del Vaticano el obelisco egipcio (el único de los 13 de la Ciudad Eterna que nunca ha sufrido restauraciones), colocado inicialmente en el año 37 por orden del emperador Calígula en el Circo de Nerón. El pontífice necesitó 150 caballos y 900 hombres para mover las 320 toneladas de piedra comprimidas en 25 metros. En la Plaza del Vaticano se decretó el silencio absoluto para que las órdenes de la maniobra de la erección se oyeran nítidas en el ágora repleta de gente. Quien rompiera la orden sería condenado a muerte. Cuando mediante carros, mulas, horquillas y cientos de personas el monolito estaba a medio levantar restalló una voz en la explanada: "Daghe l´aiga ae corde" ( "agua a las cuerdas"). Se rompió el silencio y la ley, pero hubo sentido común. Se mojaron las cuerdas que resistieron el envite y Benedetto Bresca, el atrevido marinero de Génova que osó desobedecer al papa, no fue condenado a muerte. Todo lo contrario, fue agasajado y reconocido por su ocurrencia.

Sanzoles, 2018. Luis Salvador Bueno, joven y quinto, se empeña en que el mayo, tradición que se mantiene viva aunque no con demasiado salud en el ámbito rural zamorano, sea levantado en su pueblo "al estilo tradicional", o sea con horquillas y maromas, sin utilizar máquinas como la "manitou", habituales en los últimos años como sustituto a la fuerza humana, en declive por falta de brazos jóvenes. La idea de Luis Salvador cuajó y el pueblo se movilizó. Y el mayo aparece hoy en lo alto del pueblo, junto a las escuelas, erecto y con la bandera de España en la copa.

¿Qué tiene qué ver lo sucedido en Roma en 1586 y lo que acaba de acontecer en Sanzoles? Nada aparentemente, sería demasiado arrogante ligarlo. Aunque sí que hay una conexión, salvando las distancias: la manera de levantar el monolito y el mayo, usando la fuerza humana. ¿Y eso para que sirve habiendo, ahora, maquinaria y recursos suficientes para "plantar" el tronco y la empalmadura en un santiamén, sin riesgos? Pues para hacer piña, pueblo, vecindad. Hombro con hombro, mayores y pequeños colaboraron cada cual a su manera. Pero todos con la misma satisfacción al final, el mismo orgullo. Volvieron a hacer lo mismo que sus padres y sus abuelos. Se tensó el cordón umbilical, se sujetaron las horquillas de negrillo y se tiró con fuerza de la maroma. Se cumplió el reto. Y se celebró. Por cierto el mayo de Sanzoles mide 25 metros, lo mismo que el obelisco egipcio de la Plaza del Vaticano de Roma.

Todos a una. Ese debe ser el lema cuando se acomete una obra colectiva y en la que resulta obligatorio sumar esfuerzos. Pero cada vez hay menos entrenamiento para eso. Se notó en Sanzoles a la hora de iniciar la operación del levantamiento del mayo (tronco y empalmadura). No había una voz cantante, no estaba el papa Sixto V. Aunque sí el párroco del pueblo, Manuel San Miguel, que empujó con fuerza y se fundió con la vecindad.

Estaban los padres de los quintos, que en esa operación se le supone cierta autoridad y los habituales que en estas lides siempre dan la cara como Agustín Ponce, Ernesto Sánchez, José Ignacio Puga, Esteban Barrios? El hoyo ya estaba hecho antes de que llegara el monto de los vecinos a primera hora de la tarde. La empalmadura estaba sellada gracias al sistema ideado por Agustín Salvador, todo en aparente orden. Había que atar las maromas del Ayuntamiento en los sitios claves del mayo para equilibrar la fuerza sin problemas. Lo hizo Esteban, con experiencia en estas operaciones. Y después de opiniones de unos y de otros, voces y barullo, mucho barullo, se inició la operación que duraría cerca de una hora.

Lo primero, y lo más difícil, levantar el mayo tendido sobre el suelo lo suficiente para poder colocar la primera horquilla. Ahí sí que hubo que echarle bemoles. Los padres de los quintos tuvieron el apoyo de varios vecinos: Rafa Sánchez, José Ignacio, Rodrigo Pérez Puga? Luis Salvador metió riñones como nadie. Con rapidez hubo que iniciar la segunda operación: colocar la primera horquilla para liberar los hombros. Se cumplió el objetivo, a pesar del griterío, de que no había una voz cantante, ni un director de orquesta. A la de tres, se colocaron los dos palos, abrazando el tronco, ya levantado. Los enganchados a las dos maromas poco pudieron hacer inicialmente, tensarlas sin más y esperar.

Todo el peso de la viga sobre una horquilla, muy sensible. Hubo que colocar a la carrera una segunda. "Una, dos y tres: Ahí va". A meter riñones. "Vaaaa?". Fue, seguramente, el momento más peligroso. La rotura de cualquier palo suponía que el mayo caería sobre los que ya estaban abajo. El pino, si no hubiera estado bien sellado, podía haberse desprendido. Malos pensamientos pasan por alguna cabeza, pero no duran nada. Otra vez a empujar. "Vaaa?". Esta vez con menos impulso porque se perdió la conexión, al no gritar al mismo tiempo. De nuevo se echó en falta al experto. Al parecer, hubo una época en que si los había. Siempre era el mismo vecino quien dirigía la operación. Los más viejos todavía recuerdan a Cirilo Sánchez, con su voz laína, sus ideas claras.

Vuelta a empezar. Se van moviendo las horquillas de forma coordinada, avanzando siempre hacia el tronco para evitar que la viga pierda apoyo. Más impulso, más fuerza. A la vez, hay quien empieza a palear tierra hacia el agujero donde ya está metido el tronco para conseguir ampararlo en parte, solo por un lado, para que se puede seguir con el izado. Hay quien habla de una excavadora para echar la arena más rápido. Luis Salvador se enfada, no quiere que entren las máquinas en ningún momento del proceso. Coge la pala como un poseso y palea y palea. María Mulas, la alcaldesa, pone el mismo empeño en la tarea.

El mayo alcanza cierta altura y las maromas empiezan, ahora sí, a hacer efecto. Se tensan con el ángulo necesario. Los vecinos, arremolinados en dos racimos enormes, se agarran con fuerza a la soga. "Vaaa?. Cuidado, cuidado, que se ladea, que se ladea..., despacio, Dios, con sentido". Voces, griterío, el jaleo es enorme. Se nota la tensión, todo el vecindario -pequeños y grandes- es consciente del riesgo. Si se desequilibran las fuerzas, se caerá el tronco y entonces arrastrará todo lo que pille por delante. Es el momento de más unión. La necesidad junta hombro con hombro, mano con mano. "Que tiren más los de la derecha". "No, no, no tanto. Al final vamos a acabar jodiéndolo. Despacio, por favor, que esto no es un juego, más sentido".

Y lo hubo. Y al final el mayo va elevándose a "ventregones", pero con cierta armonía. Ya está casi erecto. Los de las horquillas poco pueden hacer ya. En el proceso apareció una tercera. Las tres sobran ahora. Solo las maromas. "Está todavía ladeado. Un poco más. Que se abran los de las maromas. Que tiren solo los de la derecha... A ver, a la de tres. Tensad más las maromas, me cago en la leche". Y alguien oye: "Daghe l´aiga ae corde". Como en Roma. Falsa alarma. Aplausos, muchos aplausos.

Todo se para y entonces se produce el momento más emotivo de la operación. Luis Salvador, el quinto empeñado en que todo aquello saliera bien, se abraza a Tomasa, su madre, con fuerza. Hay emoción y algo se oye entre el griterío: "Te dije, que se podía hacer, ya ves como la gente ha respondido. Está?". Y se humedecen los ojos.

El final siempre está plagado de chanzas. Hay varios intentos de gatear por la viga y llegar hasta el nudo de las maromas para desatarlo. Nadie lo consigue. Esteban lo resuelve con ingenio: ata las dos sogas para que no cuelguen hasta abajo. Ahí quedarán hasta que se tire el mayo. Será el último día del mes. Aún no se sabe si será al estilo tradicional.

La quintada de Sanzoles: Luis, Jenifer, Ana, Lucía y Elena ha cumplido el objetivo, la tradición. El mayo luce como símbolo de fecundidad. La viga ha penetrado en la tierra, la ha inseminado para que dé una excelente cosecha, que en esta ocasión sí que apunta en los sembrados, más verdes y lucidos que nunca. El mayo ha cumplido también su otra función, menos simbólica, más real: unir a los vecinos, juntarlos en el esfuerzo y el riesgo de una obra bien hecha, común. Cómo en Roma.