Al mediodía de ayer oí correr caballos desbocados en una noche de tormenta. El compás sincopado de la fiesta. El estruendo de una exhalación que se apaga por el choque sin freno del badajo. Nadie calla, todo es armonía desarmada. Oír campanas desaforadas es limpiar los oídos. Escuchar el tiempo, sentir mil melodías que concitan esa cultura que languidece. Oír campanas es recordar. Llorar. Cerré los ojos y vi, nadie es sordo cuando quiere oír.

Ocho siglos oyendo respirar el silencio, cuando este no había muerto. Tañido quedo, de fiesta, de canto y llanto, que los extremos siempre están prendidos a las emociones. Toque de Ángelus, de tormenta que venía ahumando por Matachivas y metía miedo a los niños que nos escondíamos debajo de la cama. Y el fuego, qué miedo. El resplandor del infierno parecía. Tam, tam, sonido gordo, rezumando grasa. Se oían las voces de los hombres pidiendo agua. Gritos de mujeres. Tam, tam?

Y en la fiesta mayor, el repique del tío Avelino, remueve por dentro. Domingos de luz y dudas, cuando las preguntas no tenían respuesta, cuando éramos eternos porque la enfermedad era una fiebre mal parida. Escucha, tam, tam? 1, 2, 31, 32? una mujer, ha muerto una mujer. Sí, sí, seguro que ha sido la señora Clotilde, estaba muy mal, ya no veía.

El repique nos hacía bailar. Se metía por dentro hasta abrir el horizonte. Días de desasosiego dulce, cuando el baile invitaba a hurgar en lo de uno. Niñas de ojos morenos y piernas oscuras. Niños de soledades que esperaban en las ventanas para ver la luz de colorines. Tocan al rosario, a las flores. Entonces no lo sabíamos, pero aquello que siempre escuchábamos en el aire era nuestro Facebook colectivo, Zuckerberg no había nacido, pero ya había memes sonoros que todos conocíamos.

Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, pues claro. El toque de campanas es memoria histórica, es poso ilustrado del pasado que busca patina reluciente donde asentarse para vivir eternamente. Que alguien abra la puerta para que se escape el pasado.