"Cuando te dicen que un ser querido tiene cáncer es como un abismo al que te asomas y dices: ¡Dios mío a dónde vamos, qué hacemos! Pero de repente salen todas estas manos que te agarran, y que cuando te vas a caer, cuando no sabes qué va a ser de ti ni de tu familia, te acogen. Lo sentí así. Cada vez que la vida me ha dado un golpe siempre aparecen ángeles". Es Maite Fernández, madre de un niño de 10 años al que cría sola, e hija de Ángel, de 72, enfermo de cáncer de esófago, residentes en Puebla de Sanabria. Y ellos, todas esas manos de las que habla Maite, son los profesionales y voluntarios de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) de Zamora, el refugio, el soporte y el apoyo que ha tenido esta familia sanabresa para afrontar una situación que trastoca la vida por completo. Con el agravante, en este caso, de vivir a 120 kilómetros de ese hospital que por un tiempo se convierte en la segunda casa para un enfermo de cáncer y su familia.

Esta es también la historia de Almudena Cuadrado, de Aspariegos, y de Mercedes Rega, asturiana asentada en Manganeses de la Lampreana, que sufrieron cáncer de mama. De cómo estas tres familias residentes en el mundo rural han encarado la enfermedad con el apoyo psicológico y económico, y la cercanía de la Asociación Española contra el Cáncer de Zamora. Ese "batallón de hormiguitas", en palabras de Maite, que acompaña y apoya "sin compasión ni pena, ayudando".

"Mi padre tenía una serie de dolencias y patologías, por eso le estaban mirando cada poco, pero cuando en noviembre pasado le hicieron una gastroscopia ya lo ves venir. Cuando nos dicen que tiene cáncer entras en shock, yo pensé en mi familia porque estoy sola con mi hijo y con mis padres. Supongo que cada casa es un mundo, pero yo me vi sola. Mi hijo de 10 años; mi madre, mayor, no ve, no oye, operada de rodilla y cuando me dicen que me tengo que quedar de lunes a viernes en Zamora con mi padre para el tratamiento se te viene encima de repente todo un problema". Maite Fernández se vio ante un caos, sin conocer a nadie en Zamora, recién aterrizada en Puebla después de vivir muchos años fuera.

"Lloraba, no sabía ni que hacer", hasta que apareció su primer ángel de la guarda. Una compañera de trabajo, cuyo hijo había sufrido cáncer y le habló de la Asociación. "En seguida me llamó una persona (María, la psicóloga) con una voz encantadora, superdulce. Me decía "Maite dónde estás, tranquila" y yo solo lloraba porque me acababan de decir cómo tenía que ser el tratamiento de mi padre, y tenía que dejar a mi madre y a mi hijo en Puebla. Yo entendía que tenía que cuidar a mi padre pero decía, cómo hago. Y esta persona me calmó y me puso en contacto con Ana (coordinadora) en el hospital, que lo primero que hizo fue abrazarme. Es lo que necesitaba en ese momento".

Tres pasos determinantes, como cuenta esta sanabresa con proverbial franqueza. "Primero abrazar, después calmar y después darte soluciones". En la Asociación saben muy bien cómo actuar con un paciente o un familiar ante "una enfermedad tremenda, que tiene un desgaste bárbaro a todos los niveles" describe Maite. En su caso, al emocional se sumó el económico. Ella tuvo que dejar de trabajar y solicitar la ayuda familiar; "al principio lo intenté los fines de semana pero no podía, el niño no me veía, llegaba el viernes desde Zamora reventada. No aguanté".

Y es ahí donde se pone en marcha toda la batería de afectos y prestaciones de la AECC. Cuando se trata pacientes que viven en el medio rural, obligados a desplazarse, la asociación proporciona alojamiento al enfermo y su acompañante durante el tratamiento para evitar el incómodo viaje diario que sería una penalidad más para el paciente. Lo habitual es alojarse en pisos, pero en Zamora de momento se está solventando en un hostal (Oasis) situado al lado del hospital donde se hace el tratamiento oncológico porque "no hay volumen ni continuidad suficiente de personas para plantearse las viviendas" apunta el Alfonso Fernández Prieto, presidente de la AECC de Zamora.

"Económicamente yo no hubiera podido afrontar esto", confiesa Maite. Ella y su padre se instalaron en una habitación del hostal donde, "además de la tranquilidad que te da tener el hospital al lado es que son gente encantadora; nos han mimado, nos han querido, se preocupaban si mi padre no comía. Tanto allí como en el hospital con los voluntarios te encuentras muy arropada en todo momento. Son como un batallón de hormiguitas donde en seguida se aprenden tu nombre, no eres una más, eres Maite y te dan ese abrazo tan necesario?".

"La asociación tienen que entrar donde no llegan las instituciones" precisa Irene González, encargada de gestión y administración en la AECC de Zamora. En el caso de los pacientes de los pueblos se facilita la estancia en Zamora a través de un convenio con la Consejería de Sanidad para facilitar el alojamiento y manutención del paciente y su acompañante a lo largo del tratamiento.

"Con los informes de Sacyl se valora a los enfermos que precisan este servicio, teniendo en cuenta parámetros como la distancia, la situación económica, personal y familiar o la asistencia médica" explica Fernández Prieto. Desde que se puso en marcha este convenio, en octubre pasado, se han acogido unos cinco pacientes de radioterapia, previamente valorados por Sacyl.

"Una vez que nos derivan al paciente se hace la valoración de las necesidades, ya sea atención psicológica, apoyo emocional, acompañamiento o cualquier necesidad que se plantee. Y para los que vienen de los pueblos tratamos de facilitar la calidad de vida porque en un tratamiento de radioterapia ir y venir todos los días es inhumano" corrobora Irene González.

Es lo que llaman el "primer impacto" ante una situación que desborda al paciente y a su familia. "Es una travesía dura y el enfermo tiene que estar amparado en todos los campos" apunta Irene. "La asociación materializa conceptos que hoy parecen tan manidos como la solidaridad o el altruismo. Aquí todas las actividades y servicios son gratuitos, por eso son tan necesarias las campañas y cuestaciones" explica el presidente de la AECC.

Conscientes de ello, los voluntarios (muchos antiguos pacientes oncológicos), se vuelcan con las campañas, salen a la calle, venden lotería, participan en las mesas petitorias, hacen todo lo posible por recaudar fondos. "Es importantísimo para que haya más gente que pueda tener una beca e investigue: hace falta investigación porque aunque se ha avanzado mucho, todavía la enfermedad va un paso por delante, no la pillan". Lo expresa Almudena Cuadrado, una mujer vital y a sus 72 años una comprometida activista de la asociación como voluntaria de hospital.

Almudena trabajaba en una quesería cuando, en un control rutinario del mamógrafo móvil que iba por los pueblos, le detectaron un cáncer de pecho. Corría el año 1999. "Volvíamos tan contentos de una boda en Madrid, cuando me dieron la noticia" En agosto le practicaron una mastectomía en la mama izquierda y en octubre ya estaba trabajando. "Para mi el trabajo era liberador, eran todos hombres, yo la única mujer. Y como me gustaba tanto hablar me tuve que empapar del fútbol para poder meterme en las conversaciones. Hasta el jefe me preguntaba cómo había quedado el Zamora; me aprendí jugadores y todo" recuerda con humor.

Ante semejante fortaleza se puede adivinar que cuando a Almudena le dieron la noticia de la enfermedad pidiera claridad, tanto la primera vez como a los 8 años, cuando volvió. "Le dije a la oncóloga que me quitaran toda la mama, después de una segunda vez no quiero una tercera. Desde el primer momento yo quería las cosas claras porque es algo con lo que tienes que convivir. Yo estoy muy mentalizada" cuenta desde la sede de la asociación, a la que acude cada quince días a fisioterapia para tratar el linfedema, una de las secuelas del cáncer de mama.

Este es otro de los servicios gratuitos que presta la AECC de Zamora y en el caso de las mujeres del medio rural la prestación se amplía con el abono del transporte por el desplazamiento desde el pueblo gracias a una subvención de la Diputación Provincial. Con esta ayuda se pretende llegar a los municipios alejados de los centros de tratamiento para que los afectados puedan acceder a éstos y mejorar la calidad de vida.

Mercedes Rega, 63 años, es otra beneficiaria de esta prestación y del servicio de fisiotarapia para tratar el lindefema tras sufrir un cáncer de mama a los 49. "Trabajaba cuidando a unas personas mayores y me llevaba tanto tiempo que tampoco me dedicaba mucho a mi. Cuando un día me estoy duchando vi que el pecho parecía una pera, se me había deformado entero". Un palo para esta mujer que había vivido la enfermedad de su padre a su misma edad y su muerte cinco años después.

"Me operaron el 11 de enero de 2005, luego la radioterapia. Pero fui abuela y eso fue lo que me levantó la moral. Me fui a Oviedo a cuidar a la nietina y la asociación se encargó de hacerme todo el traslado de los papeles a Asturias, ellos me solucionaron todo y estoy muy agradecida" evoca esta asturiana residente en Manganeses de la Lampreana. Fue precisamente durante una charla de la AECC en el pueblo como se enteró del servicio de fisioterapia, contratado por la asociación con la empresa Fisiorivher. Javier Montero atiende diariamente a unas seis pacientes en la sede de la propia asociación con un tratamiento que "normalmente se basa en un masaje de drenaje linfático".

"Es importante que se sepa que todos los servicios que se dan desde la Asociación son gratuitos para cuando hacemos las campañas de obtención de recursos" precisa Irene González. Por eso los voluntarios se vuelcan colaborando; "muchas de las personas que vienen, después quieren dar lo que han recibido". Es el caso de la ya veterana Almudena Cuadrado, que se desvive con las mesas petitorias, la lotería y todo lo que sea menester. "Al final somos como una gran familia, aprendes en cada momento, das lo que puedes pero es que recibes mucho".

El compromiso de Mercedes quiere ser similar. Y Maite, desde Puebla de Sanabria, promete que "voy a arrastrar a mi entorno". Su agradecimiento al apoyo recibido de la AECC de Zamora es "infinito" hasta en los más sentidos detalles. "Es importante que un enfermo, que no sabe si va a sobrevivir, no vea una mirada de compasión y pena, que sienta que estoy aquí, te estoy entendiendo y te voy a ayudar. Es lo que ellos transmiten porque lo han vivido". reconoce refiriéndose al "batallón de hormiguitas".

El día que se hizo esta entrevista Maite acompañaba a su padre en la última sesión de radioterapia. Volvían a Puebla. "Bendita rutina" expresaba con franca sensación de alivio.