Eran personajes del pueblo más profundo, un poco atrabiliarios, que se buscaban la vida agarrándola por las fauces para que no les mordiera. Eran los toreros de la época de Felipe IV y Carlos II, cuando los festejos se celebraban en las plazas mayores de villas y ciudades para honrar a santos y reyes. Los astados se sacrificaban con lanzas afiladas con piedra de granito. Las esgrimían matadores a pie y a caballo. Se utilizaba una media luna para cortar los tendones a las reses bravas, a las que se remataba con puñales. El estoque aún no se usaba en estas lides, las faenas se hacían más a las bravas, a puro degüello. Lo cuenta -y muy bien, por cierto- Jesús García Salazar en el último de sus libros: "Toros y toreros en Salamanca en tiempos de los Austrias menores".

El escritor zamorano es experto en documentación taurina, "taurinólogo" sería si existiera esa palabra. Ha publicado varios libros en los que busca sentido a la fiesta nacional. Analista de lo que se cuece en torno a los festejos, ha centrado sus investigaciones en las ganaderías, picando de vez en cuando en el mundillo de los toreros.

Las pretensiones de su último libro, que ya está en (algunas) librerías salmantinas y zamoranas las deja muy claras en la introducción de la publicación: "Pretendo dar a conocer las ganaderías salmantinas y vacadas que pastaban en zonas limítrofes a Salamanca, como son las provincias de Ávila, Valladolid y Zamora". También sacar del anonimato del tiempo a "los toreros -algunos nativos (charros) y otros foráneos que iban a Salamanca desde Valladolid, Zamora, Segovia, Ávila y Palencia".

García Salazar ha reunido un tráiler de documentación, procedente de archivos de Salamanca, sobre todo del Provincial y del Municipal, que busca ordenar en cuatro libros con el objetivo de esclarecer la historia taurina menos conocida de Salamanca. La primera publicación -la que acaba de ver la luz- recoge los hechos taurinos ocurridos entre 1622 y 1700, la época de los últimos Austrias. El segundo libro se centra en los años que van de 1701 a 1750, los de los primeros Borbones. El siguiente recogerá la etapa de 1751 a 1801, años de Pedro Romero y Pepe Hillo. La última de las publicaciones abarcará el periodo de Paquiro, Chiclanero, Cúchares y el Salamanquino. También se adentrará en el mundo de Lagartijo y Frascuelo, sin olvidar a las parejas de Bombita y Machaquito y Joselito y Belmonte.

En "Toros y toreros en Salamanca en tiempos de los Austrias menores", Jesús García escribe de reses bravas, ganaderías, matadores y festejos acaecidos en la capital charra entre los años 1622 y 1700.

Los toreros de la época, resalta García Salazar "eran de extracción muy pobre, todos tenían otro oficio". Percibían entre 300 y 400 reales, "unos 2.500 euros actuales, si el cambio fuera posible". La faena en la plaza distaba mucho de la actual: "Se capeaba, había banderillas y la lanzada se efectuaba a pie o a caballo; ya existían las cuadrillas que ayudaban al matador y también estaba establecida la suerte de picar".

Había una diferencia sustancial con la lidia moderna: "Se utilizaba una especie de media luna para matar al animal, en algunos festejos se cortaban los tendones de las patas a las reses y se remataban con puñales. No existía la estocada".

Fueron famosos en la época estudiada el diestro zamorano Andrés Corral y los charros: "Rompetalegas", Andrés Serrano "El Zurdo", Andrés de la Rúa, Antoñuelo... "Existía una figura ya desaparecida, el azuzador de toros, que se encargaba de que las reses salieran al ruedo "calientes"". Los toreros aparecían en el ruedo ataviados con montera, chupa de raso, calzones de seda, medias también de seda y zapatos.

Algunas ganaderías que ya lidiaban reses en la época de los Austrias menores mantienen vacadas en la actualidad, es el caso de los hierros de Domingo Varas y Lorenzo Sánchez.

Uno de los toros más famosos de este periodo fue "Mendozo". Pastaba en el término municipal de El Carrero. Era tan bravo que nadie lo compraba para ser lidiado en los festejos. Cuando salía a la plaza "no paraba ni un alma en el ruedo" y era imposible sacrificarlo. Ya de vuelta a la ganadería, rompía las vallas de la finca y comía los trigos de los vecinos. Estos, cansados, y con el apoyo del alcalde de la localidad, mataron al morlaco de un disparo de arcabuz. Hubo denuncias del ganadero y el caso llegó a los tribunales. El alcalde fue embargado para pagar el precio en que fue tasado el burel. En la sentencia se establecía el pago de dos fanegas de trigo, una mesa, una sartén, un banco...

Jesús García Salazar, que ha estudiado a fondo la tauromaquia del pasado, reconoce que los festejos taurinos actuales no viven su mejor momento, pero no cree que vayan a desaparecer. "Se ha demostrado que pueden sobrevivir sin subvenciones oficiales, a pesar de que los espectáculos son muy caros".

La filosofía "anti" y proteccionista se está imponiendo y está llegando a todos los rincones. "Me he encontrado -confiesa García Salazar- con la negativa de alguna librería de Salamanca para vender mis libros, parece increíble, pero es así". Entiende que "prohibir siempre tiene un connotación negativa, la fiesta nacional tiene que ligar su destino al de los aficionados, nunca debería desaparecer por una orden administrativa. Es nuestra cultura".