Un gran sillón de granito resalta en las inmediaciones del Puente de Pino, en el Duero, y destaca como un elemento llamativo y elocuente porque en su asiento aparece grafiada una fecha del siglo XIX:1830, "con el tres al revés". Fue rescatada de entre la maleza durante una limpieza realizada voluntariamente por Zamora Natural, que tiene en el lugar uno de los embarcaderos para que los amantes de la naturaleza disfruten en kayak del Duero, con el consiguiente avistamiento del paisaje arribeño que distingue el Parque Natural de Arribes.

Es llamado el asiento del barquero porque se considera que en este tosco trono pasaba las horas sentado Eusebio Domínguez Castaño, el último barquero de la zona, que ejerció antes de que construyeran en el cañón el renombrado puente de Pino, inaugurado en el año 1914. Pero, a juzgar por la data del grabado, otros hicieron lo propio con anterioridad.

Su nieto Manuel Domínguez García, que sigue con un apego pleno al arribanzo "porque soy ribereño", señala que la labor del barquero era pasar gente, animales y productos de una parte a otra del Duero, tanto de Aliste para Sayago, como de de la zona sayaguesa a la alistana. "Pasaba gente, burros, pellejos de vino?" todo lo que en aquellas calendas hacía posible la vida en el medio rural. Hace alusión a un río no embalsado, torrencial, con crecidas que comprometían todo paso. En este peligro se movía a veces el barquero. El nieto recuerda uno de los casos en que corrió serio peligro, pero salió con vida. Fue una crecida que cogió a la barca cargada de burros -la forma de acarreo de entonces- hombres y pellejos. Al irse al agua los pellejos, hechos con piel de cabra, sirvieron "de flotadores". A ellos se agarraron los navegantes para salir del aprieto. Los burros fueron rescatados aguas abajo.

Entre las crecidas fuera de todo lo ordinario se menciona la habida en el año 1909, que elevó el caudal del río varios metros en un punto que tiene "cien de anchura". La forma de sortear estas superlativas avenidas de agua era "amarrar la barca" con fuertes maromas a una enorme higuera, "La Higalona". No se trataba de una barca hecha con dos grandes troncos y otros colocados encima, sino una barca "como la de Colón" pero de mucho menor tamaño, donde entraban los animales, sus cargas y los dueños.

Para cruzar las cargas la estrategia era subir la nave vacía "unos cien metros" aguas arriba de los embarcaderos y, una vez dispuesto el equipaje, dejarla ir con la corriente pero llevándola con el remo hacia la otra orilla, de forma que llegaba al lugar apropiado. Y de igual modo cuando se procedía en la orilla contraria. "Las cosas en el agua pesan poco" expresa Domínguez, para aclarar el traslado de grandes equipajes, formados a veces "por una decena de burros con sus correspondientes cargamentos y sus amos".

El trabajo del barquero era posibilitar el paso del Duero, y en este asiento hacía la espera cuando no estaba dedicado al oficio o a las otras ocupaciones. No sabe el nieto si cobraba por el uso de la barca o recibía un pago por ello. Si sabe que su abuelo tenía unas hermosas viñas en la zona porque entonces se cultivaban las bancadas de San Esteban y "era sagrado". Destaca las especiales condiciones climatológicas de este enclave. "Un año, con un invierno de mucha agua, no pudieron sembrar en la zona alta y la población hubo de aguantar con lo sembrado en el bajo del arribe". Entonces, remacha, "el que tenía grano comía, el que (eufemísticamente) no tocaba la guitarra". También aprovechaban la zona pequeños rebaños de cabras, un animal capaz de moverse por los cantiles con una soltura salvaje.

A la construcción del Puente Pino le siguió la construcción de los embalses y las presas que convirtieron el Duero en un tramo salpicado de muros de hormigón que, entre otros impactos, cortó la migración y el ciclo de especies que el barquero y demás pescadores aprovechaban con placer, "como las anguilas y los salmones". "Había diez o doce especies de peces ricos" expresa Domínguez García.

Eusebio Domínguez tuvo cinco hijos que se repartieron por el mundo. Dos fueron a Argentina, otro ejerció como tratante cuando las ferias y mercados como el de Medina del Campo movían lo indecible. Otra hija siguió como labradora y ganadera en Pino, y otro siguió los rumbos castrenses, en África, Nunca ascendió cuando hasta las escaramuzas se premiaban con ascensos. "Le colgaron que tenía ideas republicanas y, sin ser cierto, es algo que llevó toda la vida".

El asiento del barquero permanece en Puente Pino como reliquia de un pasado ribereño con transportistas de barca y remo.