Partiendo de la magnífica iniciativa de Angelines Corporales y Maruja Fonseca, muy bien secundadas por Matilde Bruña, María José Miguel, Kika Izquierdo o Tita Maillo, los quintos nacidos en mil novecientos cincuenta y dos, cincuenta y tres, cincuenta y cuatro y cincuenta y cinco, nos hemos reunido el pasado sábado en El Perdigón. Todas personas nacidas en él y varias de ellas en la diáspora.

Lo hemos hecho en torno a una gran idea: mantener la cita indefinidamente. La convocatoria fijaba como lugar de encuentro la pancarta encargada para la efemérides y colgada en la monumental fachada del Palacio mandado construir por el chantre Pedro López de Peralta, el gran benefactor de El Perdigón por sus dos colosales construcciones, el referido palacio y la capilla en la que recibe culto Nuestra Madre.

Así que, en ese lugar emblemático del palacio, junto a la pancarta y el escudo nobiliario del chantre, nos encontramos. Algunos no nos reconocíamos.

A otros fue necesario desgranar árboles genealógicos proximales, incluyendo los correspondientes motes, para situarnos. La experiencia empezaba a ser excitante por su gran carga de emotividad. Solo era el preámbulo. Había mucho más.

El encuentro continuó en el salón del ayuntamiento con un entrañable y muy bien trabajado documental sobre el pueblo, sus gentes, sus oficios y sobre todo con fotos personales de los asistentes. Esta iniciativa, a cargo de Angelines, no solo nos hizo degustar retazos de nuestro pasado, sino que también nos vinculó afectivamente a todos los presentes, nos metió en harina y nos reafirmó en el deseo de la continuidad de la iniciativa.

Después tocaba cena, para terminar de sellar lazos eternos de confraternidad entre perdigoneses, viejos pero decididamente jóvenes para seguir con la feliz iniciativa. A los postres, Matilde leyó un sentido documento en el que entre otras cosas se recordaba a los que ya no están.

Independientemente del lugar del mapa en el que nos encontremos -demostrado en esta primera cita al acudir desde puntos distantes como Barcelona, Madrid, Vitoria y por supuesto Zamora, en algunos casos para volverse al día siguiente y con importantes temas familiares de por medio- queda claro que la llamada del sentido de pertenencia grupal es más fuerte que las distancias.

En resumen, experiencia maravillosa donde las haya, de altísimo calado afectivo y de reivindicación de lugares de la geografía zamorana que, aunque agonizante, todavía se está a tiempo para insuflarle cierta dosis de vida. En nuestro caso, bajo pretexto de las fiestas patronales de San Félix, nuestro insigne patrón. ¡Que se repita el próximo año!