La hoguera de San Juan de Ribadelago, plantada en el pueblo viejo, atrajo al público sanabrés incondicional, en la noche más corta del año. Una noche "breve" que recibió a los visitantes con un descenso de temperaturas, para apaciguar la ola de calor de estas semanas, para permitir encender el brasero de la fogata y propiciar que más de unos cuantos entraran en calor después de la espera a la fresca del río.

La pira de leña instalada en la explanada al cañón del Tera llamaba la atención por lo poco "ordenada" en apariencia, aunque los fogoneros de esta edición tenían estudiado desde el tiro hasta el viento. A las 10 de la noche, todavía con la claridad, se depositaba el último tractor de leña, o más que leña, maderas de desecho, cañas de leña y podas sobrantes.

Poco antes de la once de la noche se cumplió el dicho de que quien esté en gracia de Dios oye las campanas, algún bien intencionado hizo sonar las campañas de la torre y todos entraron en gracia.

Los primeros espectadores comenzaron a asomar por la explanada poco antes de las doce, con el papel de los deseos en la mano, candidatos al fuego purificador. Las mascaradas de Visparros, Talanqueiras también animaron la atmósfera con sus figuras y disposición festiva.