Las especies primigenias, las exóticas e invasoras forman parte de los sistemas fluviales de la provincia de Zamora, y solo hay que mirar los ríos, las lagunas y los embalses para ver la diversidad y el dominio de las mismas, y sus verdaderos santuarios.

Existe una visible competencia o incompatibilidad de la referida fauna allí donde coincide porque, según la naturaleza, se aguantan o se devoran. Impera aquí y allá una tenaz lucha por la supervivencia entre las originarias, que habían logrado un cierto equilibrio y acomodo, entre exóticas e invasoras, y entre sempiternas y las últimas aparecidas. Y el hombre, como promotor de obras infranqueables en los cauces, como introductor de especies como alimento o recreo, y como amante de llenar de leyes la Tierra y el Agua, destaca como un sembrador del caos que existe hoy día dentro del agua y, al pescar, en sus orillas.

Hay nichos acuáticos en la provincia de Zamora que conservan especies consideradas originarias y cuya presencia acreditan un estado ecológico saludable, como son los tritones que todavía pueden verse como perlas en fuentes sayaguesas y sanabresas, o ciertos anfibios como la rana zanquilarga que habita en las lagunas de la sierra, o figuras extrañas como el desmán ibérico, que busca alimento con el frenesí de una excavadora, o la vivaz trucha común que luce su lujosa piel dispuesta a degustar a cualquier insecto o saltamones que toque o roce el agua. En el Alto Tera, por ejemplo, los alevines de trucha están entre el plato predilecto de las culebras, y, por contra, en el embalse de Almendra el infiltrado lucioperca se impone a una velocidad pasmosa sobre el resto como el señor del pantanal.

Los nichos envidiables suelen ser manantiales o escenarios fluviales libres de aguas afectadas por los vertidos, aunque sean depurados, pues los decantados no dejan de ser el gato por liebre dado a cientos de pueblos por la Administración con la chapuza de las fosas sépticas. Por esta engañifa apestan a fecales innumerables cursos de agua pertenecientes a lugares rubricados con la vitola de Parque Natural o, más sonoro aún, Reserva de la Biodiversidad, y donde avanza sin freno la despoblación y el envejecimiento porque existe más desvelo y bombo por la nidificación de un ave que compromiso por evitar el cierre de la única tienda del pueblo y una barriada de viviendas.

Es gratificante observar aguas limpias y, en ellas, especies que siguen perviviendo libres y a confiada a su instinto para salir adelante y sortear peligros. Está comprobado que gran parte de la pesca que antaño colmaba de alevines las cabeceras de los ríos, durante la freza, vivía amagada en tabladas o cursos de ríos inferiores a las poblaciones. Llegado el momento, escalaban aguas arriba para depositar miles y miles de huevas, y la prolífica crianza daba juego, incluso en los regatos, a los pastores y a los chavales durante todo el verano. Los vertidos de detergentes, purines, aceites y otros contaminantes fueron confiriendo color, sabor y hasta el olor al agua de los remansos, haciéndola inhabitable para especies que gustan de oxígeno, claridad y calidad. Acabó así la gran freza con el resultado de la falta de vida o de la existencia testimonial de lo originario. "¡He visto una trucha!", exclama con asombro el afortunado hijo. Lo hace donde el padre cogía, a su edad y a mano, un zurrón el día de vecera.

Pero también las modificadas o putrefactas aguas zamoranas son habitables por especies capaces de imponerse y reinar como son las exóticas e invasoras. El alburno o sardina de río hizo las delicias de muchos pescadores hasta que los episodios de mortandad y la visión de la tenía causó asquerosidad y frenó el consumo. El lucio constituyó, con los descastes, un plato impuesto en ciertas residencias de ancianos hasta que, por su repetición, los comensales dijeron basta. La suelta semanal de trucha arco iris fue, mientras duró, el regodeo de la pesca entretenida. La anguilas regresaron en baldes de plástico desde los criaderos para alegrar el Esla, el Tera y el Lago de Sanabria, pero sin futuro alguno en un escenario fluvial encadenado por presas de hormigón insalvables, salvo para especies como el cormorán, que nada como un pez y vuela como un pato. Y el cangrejo señal resultó ser una controvertida o desafortunada operación de choque contra el también repudiado cangrejo rojo.

Los pescadores más ligados al río ven cómo los predadores más intratables acaban con la diversidad, y hoy día la lucioperca adelanta posiciones en embalses como Almendra o Bemposta al decir de las redes y de los anzuelos. Lo invasor triunfa de tal guisa que, quien pesca para llevarse algo a la mesa, debe desechar decenas de capturas antes de conseguir una digna del plato.

Siempre ha habido una ligazón entre el pueblo ribereño y su pesca, y así hemos visto descastar del agua a las bogas por millares, en Riaño, y marchar eufórico para casa con una boga a un pescador benaventano.

El exotismo coloniza con todas sus consecuencias las aguas. El gran cuenco tallado en pleno Parque Natural de Arribes, en lo que fuera la cantera de la presa de Almendra, desconectado de cauces fluviales, es un verdadero santuario del reino acuático. Solo la mano del hombre pudo depositar en esta elevada laguna especies que no vuelan. Aquí habitan cientos de cangrejos rojos feroces y atrevidos, que no dudan en acercarse y mirarte a la cara; croan cuanto pueden las ranas, que huyen ante toda aparición por ser presas predilectas; saltan como trampolinistas las culebras de agua que toman el sol en las orillas, y que buscan salvar el pellejo en la inmersión; y beben agua las víboras, cuya quietud es un peligro para los desprevenidos. El fermosellano Roberto Fariza, aficionado a la caña, también afirma que el carpín y la tenca habitan en este coso artificial, vivero de cuanto la ley permite pescar, eliminar y no devolver al agua por formar parte del catálogo de especies exóticas e invasoras.

La provincia de Zamora está llena de especies infiltradas y conserva, casi como un lujo, especies originarias o endémicas. La ley distingue unas y otras conforme a su inclusión en el catálogo, pero la sentencia que metió en este saco al cangrejo rojo, a la carpa y a la trucha arco iris, con piscifatorías, mercados, negocios y familias asentadas sobre este recurso, ha causado una conmoción en el sector de la pesca. Quien organiza un concurso en un escenario apropiado, como son los embalses, debe enfrentarse a una posterior matanza de la pesca. Y no están las conciencias para inculcar valores de ecocidio, que repugnan, ni mucho menos para protagonizarlos. Las prácticas deportivas sin muerte ganan terreno en sociedades que liman la barbarie y que gestionan las poblaciones sin caer en expolios o exterminios, y con criterios de respeto a la Naturaleza.

Los conservacionistas, por su parte, defienden aguas limpias de invasiones, lo que conlleva la consiguiente y costosa restauración del medio, que va más allá de la difícil erradicación de fauna y exige un arduo compromiso por oxigenar el hábitat con la debida calidad. Es una tarea que trasciende a los pescadores, que involucra a los habitantes y que incumbe de lleno a la Administración, con organismos cargados de competencias para dar función al asentamiento burocrático opositor y, como la fauna, invasor. El reto de afincar la vida originaria, que no pocos definen como utópico, es, en lo posible, más que meritorio.