Los pueblos toman asiento a la orilla de los ríos por la importancia del agua y sus aprovechamientos piscícolas, y existe una inveterada relación del río con lo puesto en la mesa de los ribereños. Hay pueblos en Castilla y León que tiran las bogas a los gatos y pueblos que califican a esta especie como una exquisitez. Y lo mismo ocurre con la carpa o el lucio. El cambio registrado en la calidad del agua que recorre los cursos fluviales deviene, entre otros aspectos, por el impacto de los saneamientos, de la depuración deficiente o inexistente o del empantamiento que convierte aguas corrientes en mares y cuyas presas suponen una verdadera barrera a la movilidad de las especies de ciclo migratorio. Este cambio de aguas favorece la presencia pescado y crustáceos basura, buena parte invasor o, peor aún, introducido por el hombre lego y también técnico.

Ríos, lagunas y embalses zamoranos están llenos de baratijas porque la Administración liberó cangrejo señal a fardeladas, alburnos a calderadas y porque ciertos pescadores soltaron ejemplares de especies que alegraban el anzuelo o reteles en otras cuencas, pero que una vez liberados se expandieron por capacidad predatoria o reproductora. Hay quien alaba la gastronomía del lucio, de la carpa y del cangrejo rojo, y quien tira o regala semejantes capturas porque está hecho a las piezas de las aguas cristalinas de manantial.

Luego está la recreación de pescar, que no es lo mismo que cazar. ¿Te gusta cazar o pescar, o las dos cosas? le pregunta un cazador a un niño. Solo pescar. ¿Y eso? Porque vuelvo el pez vivo al río.