En Fuentesaúco hacen los toreros la reválida. Se decía antes como un mantra entre los taurinos. Y ocurría. Por la capital de la Guareña pasaban todos los maestros de postín. Y no era fácil, porque al ruedo salían bureles de muchos pistones, que comprometían al más pintado, quizás acostumbrado a otros cosos, regados con harina y peladillas. Pero en Fuentesaúco, no. Cuernos afilados en la Reguera, entre chopos y álamos. La sangre mana siempre vertical en tierras de saúco. Padilla, que está curtido en mil batallas, no perdió la oportunidad de volver a respirar el aire que ha hecho grande a la tauromaquia. Volvió para asistir al acto de entrega del Garbanzo de Oro a Ángel Téllez, triunfador en la novillada de la Visitación del año pasado y del Bolsín Tierras de Zamora.

El Teatro Municipal se vistió de colorines y carteles de expectación. La afición respondió como siempre lo hace cuando hay algo que ver y que sentir. La estrella, Juan José Padilla, sin duda. Y en la nómina de destacados: Ángel Téllez, novillero; David Casas, periodista, Juaneque, expresidente de la Comisión de Festejos, Manuel Zapatero, saucano, amigo de sus amigos y Gaspar Corrales, alcalde y taurino. En los "tendidos", un montón de saucanos amantes de la fiesta nacional, muchos de la asociación de jubilados y pensionistas.

En el acto se habló de toros, claro. De un mundo que se examina cada día y tiene que sortear vientos en contra, a veces huracanados que vienen sobre todo del Norte. Padilla no se calló. Y habló del dolor que causan los astados, de las noches insomnes, de cuernos como cuchillos. De dudas. Muchas. Y de resurrecciones. Los toros dan vida y muerte y protagonizan el espectáculo más primigenio, el concéntrico, el menos previsible, donde no hay libreto ni guion. Donde todo es verdad, hasta las flores y los pájaros que cruzan por el escenario. Aunque, a la vez, toda parezca irreal, vaporoso entre trajes de luces y sombras de chiqueros.

El maestro de Jerez, que cuenta las cosas con una gracejo especial, sintiéndolas y haciéndolas sentir explicó que tras su cogida en Zaragoza, la dura, la de 2011, acabó siendo portada en The New York Times. Estaba internado y su amigo -y compadre- el cantante David de María llegó corriendo y le dijo: "Oye, que eres portada de uno de los periódicos más influyentes del mundo. Solo 17 españoles lo han conseguido a lo largo de la historia". Padilla, aplomado por la medicación, pero despierto por el dolor, dejó caer los verbos lentamente: "Ya, ya, pero a mí me ha costado un ojo de la cara y a los demás, no".

David Casas dirigió una tertulia distendida, amable, donde, como no podía ser menos, salió a relucir la filosofía animalista que está impregnando muchos centros de poder y programas de gobierno. "Los antitaurinos son pocos, pero se mueven muy bien, se dejan ver donde la cámara tiene un objetivo más grande?", llegó a decir el alcalde de Fuentesaúco, Gaspar Corrales, que actuó como maestro de ceremonias y anfitrión en un pueblo donde las cuatro esquinas susurran hazañas taurinas, trufadas de leyendas de las que nunca mueren.

Ángel Tellez recibió su Garbanzo de Oro, ganado en buena lid el año pasado. El novillero, madrileño, que vive en Mora (Toledo) ya sabe lo que es triunfar. Y sufrir. Su bautismo de sangre le llegó la temporada pasada y no fue blando. El cogidón fue de aúpa, feo, pero de los que hacen callo y refuerzan el ánimo y las ganas de ser torero. Espera que la campaña que ahora empieza lo lleve donde se merece.

La emoción en el liceo la puso alguien que no es torero, pero sí maestro de la vida y muy humano. Juaneque hizo brotar lágrimas por su forma de sentir y expresarlo. Consiguió que el auditorio y los protagonistas del acto volvieran la cara hacia la vida que llama cada día a nuestra puerta, la que nos hace sentir pequeños, cañas pensantes, en palabras del genial Pascal.

Hubo regalos y sonrisas, anécdotas para llevárselas un tiempo y desgranarlas por reuniones y comilonas, también la satisfacción de hacer grupo y de juntar experiencias en torno a los recuerdos únicos que conforman los toros, los espectáculos taurinos.

La tarde-noche dio todavía para mucho más. Un paseo por el pueblo hasta el restaurante de Capotín. Sentir sin querer el murmullo apagado que siempre queda en las calles de los encierros de la Visitación, la patina del tiempo que nunca se va del todo. "El Pirata" lo sintió, aunque no dijo nada. Tantos julios a la carrera, de triunfos, de sangre, dan para mucho, para sentir como lo que fue ayer nunca volverá, pero nunca se marchará del todo.

Una cena bien servida y excelentemente compartida, rodeada de chascarrillos por todas partes y de admiración. Cuando pasadas las dos de la madrugada, los taurinos salieron a la calle, alguien lo dijo: Escuchad, escuchad... Y se oyó un ayyyyy... El que llega todas las noches desde la Reguera. El de los espantes.