"Este es el castigo que se le aplica a una persona que, sin ningún tipo de escrúpulos, se adentra en tu dormitorio y utiliza tu cuerpo de niño para satisfacer sus más bajos y rastreros deseos, sin importarle lo más mínimo los sentimientos ajenos. ¿Cómo queda una mente de tan corta edad tras vivir estos abusos?" relata F. L. en la segunda carta al papa.

"Después de todo esto ¿qué me queda?, ¿quién repara este daño?". La víctima se muestra disconforme con la prescripción de un delito (según la justicia ordinaria) "que para mi no ha prescrito; llevo toda mi vida desde que pasó cargando con esto. Si son años de prescripción también son los mismos de impunidad".

Por eso su batalla final se centra en obtener una reparación económica siguiendo la línea de otras víctimas de sacerdotes pederastas en otras partes del mundo. De hecho, así consta en la declaración de F. S. ante el vicario judicial. "En la reunión además, se me comentó que había una reseña de nuestro caso en el archivo de la Diócesis de entonces, siendo conocedor el Obispo de esa época; Monseñor Antonio Briva Mirabent, dato que en la siguiente reunión se me negó" expone en el relato a Francisco I.

"Me explicaron que se habían abierto tres procesos distintos: Proceso penal contra José Manuel Ramos. Proceso contra quien supo y no hizo nada. Proceso de resarcimiento. De los dos últimos jamás se hizo nada, y con el resultado del primero, no estoy conforme".

Superioridad

Superioridad

"No es necesario insistir en el daño irreparable que para unos niños menores supone que un sacerdote del seminario en el que estudia, con la prevalencia y superioridad que sobre ellos tenía, abuse de modo permanente y continuado de los mismos". expresa el exseminarista en la reclamación de indemnización solicitada al Tribunal Eclesiástico.

"No hay castigo ejemplar, es más, sólo se han dedicado a buscar falsos atenuantes para restar importancia a una infancia ultrajada. No hay castigo para los que callaron, no hay resarcimiento, sólo mentiras y falsas promesas, perdones envueltos bajo una fría y oscura sensación de miedo" se lamenta el ex seminarista en su desahogada carta al papa Francisco de noviembre de 2016.