Fueron muchos, muchísimos litros de agua desbordada, tantos como 7.600.000 metros cúbicos los que irrumpieron sobre Ribadelago, en plena noche del 9 de enero de 1959, a las 0.23 de la madrugada. La presa de Vega de Tera, construida por la empresa hidroeléctrica Moncabril, reventaba por una rotura de 140 metros de longitud. El resto fueron unos segundos de estruendo, y al final del cañón del Tera las aguas rompieron contra todo lo que se puso en medio. Carreras, gritos, desesperación. A los pocos minutos la desolación más absoluta. Todo lo demás ya lo sabemos.

“Ribadelago, la Pompeya del agua”. Con este titular abría su reportaje sobre la catástrofe de Ribadelago el semanario “Sábado Gráfico”. Era éste un semanario de tirada nacional, editado en Madrid por Eugenio Suárez, y caracterizado por ofrecer un gran despliegue fotográfico de las noticias que llevaba a sus páginas, más allá de la palabra, a la que relegaba a un segundo lugar. He aquí su importancia. Nos ofrece 14 instantáneas de los momentos inmediatos a la desgracia, la mayoría de ellas poco difundidas y, por tanto, de sumo interés, y, en consecuencia, ciertamente novedosas. Como afirma el propio reportaje, “renunciamos a relatar con detalle las dimensiones de la tragedia (…) El objetivo de las máquinas fotográficas, más impasible que la pluma mejor templada, nos permite ofrecer, en cambio, estas patéticas escenas del tristísimo suceso, del fin catastrófico de Ribadelago”.

La prensa diaria se había hecho eco de esta tragedia situando en portada las imágenes más duras que nunca quisimos ver de estos paisanos nuestros de Sanabria. Por su parte, en su número 120, del 17 de enero de 1959, este semanario de variedades a cargo del redactor jefe Valentín Popescu, dedica su portada y ocho primeras páginas a relatar visualmente los rescoldos de la desgracia. Lo hace en toda su crudeza. Las fotografías, de las que paradójicamente no se nos informa sobre su autor, muestran otra cara complementaria de la vida en Ribadelago justo el día siguiente de la catástrofe. En portada la imagen que ha servido de idea a Ricardo Flecha para su monumento a los supervivientes, pero justo desde el lado opuesto al que conocemos, tomada a la espalda de la mujer que sostiene al niño en brazos. Así, se nos cuenta precisamente el paisaje desolador que ella misma estaba viendo. Acompañando esta fotografía aparece una ficha con los datos del desastre. Es lo que permiten ocho días de margen.

En su interior el gran titular: “Ribadelago, la Pompeya del agua”. “Horas dramáticas en la vida de un pueblo”. La imagen desencajada de dos hombres que sufren en primera persona el drama encabeza una breve crónica firmada por Moisés García Torres. Testimonia lo recóndito de un pueblo que se ha convertido en triste protagonista de los hechos y que ha sufrido el mazazo de esta desgracia. Pero también da cuenta, en el característico lenguaje de la época, de la reacción de solidaridad que ya se había comenzado a desencadenar, así como del sentimiento de dolor general instalado en los españoles. El drama se palpa. Pero el texto también deja luz a la esperanza, la de un pueblo que será reconstruido, para renacer en “un sitio distinto, en un lugar sobre el que no pese el recuerdo tremendo de la espantosa inundación”. A pesar de los intentos de ver la botella medio llena, las fotografías no callan el espanto. El de mujeres intentando rebuscar entre las ruinas alguna de sus pertenencias o el de ancianas con sus nietos en brazos sin consuelo alguno posible. Y las más desgarradoras, las instantáneas de los entierros y los abrazos entre supervivientes.

Todo por el progreso. El texto, de forma rayana a lo pintoresco, recoge la esencia del Ribadelago de la España profunda, sumido en una forma de vida patriarcal, sin aparentes preocupaciones más allá de procurarse el sustento de cada día. Ola supervivencia. Felices, sentencia. Pero llegó el progreso en forma de carretera, de alumbrado público, de teléfono, y los transportó a otro mundo que les hacía saborear el fruto de sus trabajos. Como afirma a renglón seguido, “la misma civilización que los encumbrara se ha encargado de barrerlos despiadadamente”.

Cerrando el reportaje aparece una última fotografía, la única que hace constar su autoría -Dr. Rodríguez Escudero-, señalando la magnitud de la tragedia, el recorrido de las aguas desbocadas desde la presa rota hasta Ribadelago. La crónica se encarga de dar cuenta de que la catástrofe podría haber sido aún peor. Gracias a que el lago contuvo el torrente acabó por convertirse en la salvación de otros pueblos de su orilla, que pudieron haber sido anegados por las aguas. En “Sábado Gráfico” el drama se hizo fotografía. Y la tragedia de Ribadelago dio cuenta de ello. Precisamente de la que ahora se cumplen 50 años.