"Esto es para hacer amigos" comenta Francisco Pérez con desenfado mientras remueve la lumbre con una vara larga, asegurándose de que la temperatura es la apropiada para la destilación; "el fuego hay que tenerlo un poco controlado" aclara. Ocurre en Moldones, donde estos días el lagar comunal vuelve a tomar vida para elaborar el aguardiente, "como se ha hecho toda la vida", mediante un sistema compartido que permite el aprovechamiento de todos los vecinos que así lo deseen. Un alambique de segunda mano, comprado en Portugal hace 61 años, trabaja desde las siete de la mañana hasta bien entrada la noche en un ancestral edificio propiedad del pueblo.

Cuando termina la vendimia y está preparado el bagazo, los vecinos de Moldones -cada vez menos- solicitan la obligatoria autorización, pagan el impuesto "sobre alcohol y bebidas derivadas" en régimen de "cosecheros" y con las etiquetas en su poder se puede desprecintar el alambique y empezar a destilar. Un proceso que dura unos 20 días y "con todas las de la ley; una vez acabado la alquitara vuelve a precintarse" aclaran los elaboradores, sabedores de que a esta actividad le acompaña un control riguroso de la administración.

El aguardiente sirve cada año para preparar preciados licores de café, hierba o bellota, cuando no echar un chorro al café o beberse el trago a las bravas. "Cuando te juntas en las meriendas cada uno pone una cosa y el licor gusta mucho" cuenta Francisco (Paco).

Este año 25 vecinos se han apuntado para la destilación mediante un sistema de rotación también secular. "Venimos por turnos, empieza la rueda del pueblo y al que le toca este año el primero para el próximo será el último". Antaño el lagar cumplía plenamente su función y se realizaba todo el proceso, empezando por el prensado de la uva en una prensa que hoy está para el recuerdo, en desuso, como algunas vetustas alquitaras que hace años tenían un uso particular.

"Antes se aprovechaba bien la uva para vino y la última prensada se utilizaba para hacer el aguardiente, pero ahora traemos directamente el bagazo cada uno" cuenta Paco Pérez, quien apura estos días en el pueblo para hacer el aguardiente que durante el año acompaña comidas familiares y reuniones con los amigos en el País Vasco. "Fui de los que me tuve que ir a buscar el pan fuera, trabajé en Altos Hornos y, por suerte o por desgracia, mis vacaciones eran para vendimiar, para podar y para hacer el aguardiente" recuerda.

Él, como muchos de su familia, contribuyen a mantener la tradición de esta elaboración mediante un sistema comunal que también se extiende en Moldones a otras actividades, como los hornos. "No se si quedará alguno igual en España" se pregunta este alistanos, empeñado en no perder las señas de identidad del pueblo.

Aunque reconoce que "hay gente que ya no quiere hacerlo, lo", él apuesta por la continuidad de una tradición que, salvo algunos años que tuvieron sus más y sus menos con industrias licoreras, ha perdurado por generaciones. "Esto es para uso particular de cada casa, hacemos un poco para el arreglo y nada más" comenta un vecino de Moldones también apuntado. "Hemos visto esto toda la vida y debemos luchar para que siga".

Francisco Pérez sugiere que incluso pudiera servir como "un museo etnográfico porque seguro que viene la gente y le llama la atención; es algo único pero que forma parte de lo que ha sido la vida del pueblo. Es una pena que se pierda".